Resumen
El calzado medieval, en la Península Ibérica como en otros lugares, responde sobre todo a fines prácticos, ya sea caminando o montando a caballo. Por lo tanto, durante mucho tiempo, las formas siguieron siendo muy tradicionales, entre sandalias o alpargatas sostenidas en el pie por correas, en los círculos monásticos y populares, y botas bajas que no suben más allá del tobillo. La práctica de la equitación, en los círculos aristocráticos, ha llevado al surgimiento de botas más altas, a veces hasta la rodilla, especialmente los borceguíes caracterizados por su estrechez, pegados a la pierna. Estas botas de cuero muy finas requieren que el jinete use zuecos de madera o corcho, al menos hasta que se suba a su caballo, que también pueden ser usados como zapatos interiores (chapines). Por otra parte, aunque algunos de los modelos conservados, retablos e manuscritos muestran a veces extremos más puntiagudos y alargados, la Península Ibérica parece haber escapado de la extravagante moda de las pigaches (siglo XII) y luego de los poulaines (siglos XIV y XV).
Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0.
Derechos de autor 2021 Sophie COUSSEMACKER