A la mesa de la reina. Alimentación, ritual y comunicación en la Castilla bajomedieval1
Introducción
Más allá de su carácter cotidiano y de primera necesidad3, el acto de tomar alimentos se ve rodeado de un proceso ritual, capaz de adaptarse a las circunstancias socioeconómicas, culturales y también políticas de las personas que se sientan a la mesa. No es un fenómeno desconocido ni inédito para los estudios de la alimentación centrados en el periodo medieval4, como tampoco para la vida cortesana5. No obstante, sigue siendo necesario profundizar en él y valorar también el desarrollo de roles, actitudes y visibilidad que se concede a las mujeres en la dimensión política y ceremonial de la escenografía que se dispone en torno a la comida, en particular cuando esta se convierte en un acto no privado, al que se otorga un discurso programático e intencionalidad política.
Partiendo del uso diferencial de los espacios para varones y mujeres en las cortes medievales ibéricas y de las confluencias que estos pueden experimentar en función del protocolo ceremonial y del mensaje que se busca transmitir a partir de los testimonios historiográficos conservados, este trabajo pretenderá detectar y analizar la presencia femenina en banquetes pero también, en la medida de lo posible, desarrollar la relación que las reinas castellanas mantienen con la comida en su día a día. Teniendo en cuenta la influencia de la Iglesia y la necesidad de presentarse como cristianas devotas, promotoras del desarrollo espiritual del reino, ¿esta implicación tiene consecuencias que puedan apreciarse en su aspecto físico o en su salud en relación a la alimentación? ¿Cuándo se informa de la participación de la reina en la escenografía de la mesa? Sin duda son muchas las prácticas y detalles que quedarán al margen de las conclusiones obtenidas en este estudio, dadas las carencias documentales que se acusan en el ámbito castellano para los últimos siglos medievales. Sin embargo, lo que se pretende es poner de manifiesto la dimensión pública que se concede a la relación entre la reina y la alimentación, de acuerdo a la transmisión de ideas y mensajes asociados a propósito, en aras de crear una imagen objetivable del papel de la reina, por un lado, y de la caracterización de su figura política, por otro.
Manjares, frugalidad y mesura. La relación entre la reina y la alimentación
La moderación era una cualidad del buen gobernante que, como tal, se trasladaba a la mesa. Autores como Rodrigo Sánchez de Arévalo insisten en la mesura en el comer del príncipe6, rasgo extensible a la alimentación de la realeza femenina, de acuerdo a las palabras de fray Martín de Córdoba en el manual de princesas que dedicó a la futura Isabel I7. Ello no impide el indiscutible protagonismo de la carne en los banquetes reales, la alusión constante a los manjares, así como la gran cantidad de platos disponibles, acompañados de vinos tintos y blancos. Riera insiste en el proceso de elección que el soberano, pero también el cortesano, debe llevar a cabo a la hora de escoger los alimentos que va a tomar, de acuerdo a los que encuentre apropiados a su dignidad, siempre controlando no perder la elegancia ni en el comer ni el beber por una ingesta demasiado opulenta8. Un procedimiento igualmente conocido por la reina, que se ponía de manifiesto en las ocasiones en las que comparten mesa o, al menos, espacio en la sala donde se lleva a cabo el banquete, pues no siempre es fácil identificarlos reunidos. Aunque se retomará este asunto posteriormente, no deja de ser ilustrativo el banquete proporcionado a los reyes por el Condestable de Castilla y ya entonces Maestre de Santiago, don Álvaro de Luna, en su castillo de Escalona en 1447, en el que se señala la presencia de Juan II y de su segunda esposa, Isabel de Portugal, detallando la riqueza, abundancia y el orden empleados en el banquete por el anfitrión, con el fin de resaltar su propia honra9.
Autoras como González Marrero han señalado las dificultades para establecer el régimen de comidas de reyes y reinas para el ámbito castellano, incluido el periodo de los Reyes Católicos. Con todo, y tal como ella misma apunta, se realizaban dos ingestas (al mediodía y a la noche), el yantar y la cena, que podían ir precedidas de un almuerzo. Comidas principales, se fundamentaban en el consumo de carne, siendo la predilecta la de ave, ya fueran cocida o asada, acompañada de guarniciones y otros platos como los potajes, caldos, dulces10 y frutas11 o quesos12. La ausencia de testimonios documentales para el caso castellano obliga a mirar a los reinos vecinos a fin de obtener un punto de partida operativo en términos comparativos. Tanto Aragón como Navarra o Portugal se muestran coincidentes en este mismo procedimiento y gustos culinarios, extendidos a nivel internacional ya en el contexto bajomedieval13. Se buscaba comer mejor que el resto de la población, lo que implicaba mantener un equilibrio entre el gasto necesario y suntuoso en la dieta de la reina y sus domésticos14.
No es tarea sencilla trazar una relación entre el aspecto físico y la comida, tanto por las escasas descripciones como por la capacidad para establecer una correlación con el modo de alimentación. Si la mesura implicaba autocontrol, aún más se requería para cumplir los preceptos de la fe cristiana en torno al ayuno y la abstinencia, que podía llegar a causar problemas de salud para la reina. En sus Generaciones y Semblanzas, Fernán Pérez de Guzmán señalaba acerca de la reina Catalina de Lancaster que era mujer « mucho gruesa15», una imagen semejante a la que se ofrece acerca de la reina Blanca I de Navarra, de la que los cronistas señalan, al hablar del viaje que realizó a Castilla con motivo de los desposorios de su hija homónima, que era « muger gruesa e non podía venir en mula16 ». Si bien es cierto que el aspecto físico no tiene por qué guardar necesariamente relación con la dieta, no deja de ser ilustrativa la coincidencia a la hora de caracterizar a ambas mujeres. Más aún teniendo en cuenta los periodos de abstinencia y ayuno a los que se sometían con frecuencia para cumplir con los dictámenes del calendario litúrgico, pero también con su propio modelo de piedad devocional, siendo bien conocido en este sentido el caso de la propia reina Blanca I y su delicado estado de salud, semejante al de la reina de Aragón, María de Castilla17.
La alusión a la complexión reginal, en todo caso, no acostumbra a indicarse, ni por exceso, ni por defecto. De ahí la relevancia que cobra este tipo de menciones, ya que ahondan en la caracterización de la reina y contribuyen a asociar, al mismo tiempo, el valor opuesto a esa corpulencia, con la enfermedad, íntimamente relacionada con la dieta. Identificados con la flaqueza, los desórdenes fisiológicos, la enfermedad o la gravidez influyen en la alimentación de la reina, con el fin de que se recupere física o anímicamente18.
La escasez de noticias relacionadas con los embarazos de las reinas castellanas dificulta saber cómo cambiaba su dieta durante los periodos de gestación o si existía un control o selección de los alimentos que ingerían frente a los que podían tomar en otros momentos de su vida. Tras el parto puede pensarse que se seguirían algunas de las indicaciones que se aconsejaban a otras parturientas, recomendando una dieta rica en proteínas para ayudar a la recuperación de la nueva madre durante el puerperio, si bien la presencia de nodrizas y las damas que la asistían contribuiría a acelerar el proceso. Tanto en la Baja Edad Media como en la temprana modernidad se insiste en la ingesta de huevos y caldos, además de carnes de ave y frutas19.
Al igual que el resto de facetas de la vida cotidiana de la realeza, el servicio de mesa era un factor de distinción de gran relevancia, que debía mostrar una total armonía con la dignidad de su titular, en función de cada ocasión20. La comida y la escenografía que se compone a su alrededor adquieren un significado versátil, que puede conectarse con elementos sensoriales o emocionales, así como identitarios o religiosos21. Así se aprecia en lo tocante a la representación de la piedad reginal y en su voluntad por atender las necesidades de las personas más desfavorecidas de su reino y ofrecerles pan, vino y vestido22. El modelo de perfeccionamiento femenino y de santidad requería del silencio, la resignación y la mortificación corporal23. Una mortificación que era recomendada en su formación para mostrarse como una buena cristiana24, pero que también podía verse influida por los sacrificios y oraciones que requerían las circunstancias políticas o militares. Buen ejemplo de ello es la mortificación con la que vivió María de Molina durante buena parte de la regencia de su hijo Fernando. Aunque los días de ayuno y periodos de moderación, como la Cuaresma, contribuían a modificar la dieta de la reina, su abstinencia podía llevarle a vivir con pobreza y utilizar vajilla de materiales humildes, como la madera, el barro o el vidrio25.
Hasta tal punto era así que el aprovisionamiento de los productos necesarios también redundaba en la elección del lugar de su hospedaje. Volviendo al ejemplo de María de Molina, se indica su estancia en Ayllón en el tiempo cuaresmal, por el buen abastecimiento de pescado que le proporcionaba la villa segoviana26. La estacionalidad y los ritmos de la corte, unidos a los requerimientos del calendario litúrgico y de las necesidades personales de la reina repercutían en los hábitos y productos de consumo, los cuales servían, además, como nexo entre el servicio cortesano y la representación de la imagen de la reina sobre el territorio.
La alimentación de la reina. Servicio y representación
Como se acaba de señalar, es necesario tener en cuenta el lugar en el que se encuentra la corte a la hora de procurar su buen abastecimiento, ya que no solo se trata del ir y venir de productos, sino también de personas y de objetos. La especialización de preparaciones y platos se traducía en una sofisticada vajilla en desplazamiento, que buscaba adaptarse a las necesidades cotidianas del servicio palatino, pero también a las recepciones más solemnes27. Por otro lado, la itinerancia era un factor clave a la hora de atender a las necesidades de las comitivas reales, con el fin de abastecerse convenientemente a lo largo de las sucesivas jornadas, procurando prestar especial atención a las posibles dolencias que podían derivarse de la fatiga experimentada a propósito, con independencia de las importaciones que pudieran demandar para satisfacer sus gustos28. El viaje debía llevarse a cabo de manera ordenada, recorriendo amplias distancias a lo largo del territorio en función de las necesidades representativas o de gobierno29. En cualquier caso, debía asegurarse un tiempo disponible no solo para despachar los asuntos que llegaran ante el consejo real o la chancillería regia y gestionar las demandas elevadas ante la cámara de la reina, sino también para sentarse a la mesa30. Este hecho explica el procedimiento que se seguía a la hora de procurar el asentamiento en un determinado lugar, enviando no solo a los aposentadores en primera instancia, sino también seguidamente a las cocinas, para que pudieran tener preparados los platos a su llegada31. Esos mismos preparativos debían ponerse en marcha cuando el rey y/o la reina eran acogidos en casas pertenecientes a algún miembro de la nobleza o monasterios32.
No obstante, desde la preparación de los alimentos hasta la manera de servirlos en la mesa son elementos que no pueden dejarse a la improvisación. Rita Costa Gomes ya hizo referencia a la existencia de un tabú en torno a la comida del rey, inaccesible a cualquiera que no formara parte del personal de servicio doméstico33. Más allá de la desigualdad de los roles que ocupan el rey y su consorte se puede trazar un paralelismo semejante en lo que ocurre con la alimentación de la reina, tanto a través del personal áulico que la rodea como a través de la existencia de proveedores encargados únicamente de prestar servicio en su Casa. Precisamente estos últimos adquirían un gran protagonismo durante las estancias más prolongadas en villas y ciudades, tanto dentro como fuera del señorío de la reina. Carniceros, pescaderos, gallineros, panaderas, fruteros o aguadores, junto con el despensero y el veedor (encargado de revisar los precios de los productos), ocupaban un oficio que requería de confianza por parte de su señora34. De ahí que tuvieran que estar en condiciones de desempeñar sus funciones, dada la movilidad que implicaba la consecución de los productos a lo largo de villas y ciudades35.
La comida refuerza, de esta manera, su componente social, de relación entre las personas que se reúnen en torno a la mesa; aspecto que se ve reforzado por la relevancia política de los individuos a analizar. Dados los desequilibrios que se perciben a la hora de describir la presencia de la reina a nivel cotidiano, pero, sobre todo, su función en la mesa regia, a continuación, se pretenderá ahondar en el valor que adquiere y a qué obedecen aquellas ocasiones en las que es la persona reginal la que toma el protagonismo en el entorno del banquete real.
La reina a la mesa, a la mesa de la reina. Cuándo, cómo y por qué
El acto de sentarse a la mesa posee una doble dimensión individual y social, pudiendo ser de índole privada, más allá del acompañamiento de criados y oficiales, pero que también puede dotarse de un carácter público, en el que se pone de manifiesto el conocimiento de los roles existentes y un proceso de comunicación en el que participan todos los asistentes36. En torno a la mesa se estimulaba la socialización y el rey concedía su gracia, por lo que se desaconsejaba que comiera de forma apartada. No resulta extraño, en este sentido, que Pedro I y Enrique IV de Castilla sean percibidos como soberanos que gustan de comer solos, que perpetran asesinatos mientras transcurre la comida37 o cuya alimentación es desordenada38. Una circunstancia que también guarda relación con las alteraciones que ambos viven en clave conyugal. La figura del rey constituye el eje que ordena el espacio, jerarquiza a las personas concitadas de acuerdo a su propia posición y concentra el protocolo del servicio en torno a su persona39. En consecuencia, no siempre se presta atención a la presencia de la reina en la escena, más allá de indicar que los reyes comen juntos y, en consecuencia, de establecer un paralelismo con la persona regia, como ocurre durante el banquete ofrecido por Álvaro de Luna en Escalona40. La reina se presenta como síntoma visible de la armonía de la pareja regia, posibilitando que el epicentro del banquete se vea complementado. Así lo indica su posición al lado del rey, que da la posibilidad de incorporar a otras mujeres al discurso historiográfico y, en definitiva, político41.
La presencia femenina es, más allá de un rasgo de cortesía propio del refinamiento alcanzado por las cortes tardomedievales, una demostración de estatus42. En este sentido, da acceso a la utilización de un espacio, en principio, reservado al varón, al menos en términos comunicativos, conforme a los cuales se insiste en los diferentes roles asumidos tanto por las personas que degustan los diferentes platos como las personas que los sirven.
Con motivo de la expedición a la Vega de Granada de Enrique IV, el condestable Miguel Lucas de Iranzo aprovechó para agasajar al rey con recibimientos ostentosos, desfiles militares, monterías y toros, danzas, representaciones teatrales y, por supuesto, con todo tipo de viandas, entre ellas: « pescados frescos enpanados y en pipotes, y de todas maneras, ca era quaresma, y de muchas frutas y suplicaciones e otras conseruas reales, e mucho pan e çeuada, e muy finos e diuersos vinos43». No deja de resultar sorprendente la omisión que se hace de la presencia de la reina Juana de Portugal, ya que otros cronistas, como Diego de Valera y Diego Enríquez del Castillo informan de la participación de la reina en la expedición, incluso en alguna pequeña escaramuza con los musulmanes44. Por el contrario, la esposa del condestable sí tendrá un especial peso en la cena con la que agasajan al monarca, al ser la encargada de darle aguamanos45.
Francisco Bautista ha subrayado la horizontalidad que transmitía el acto de compartir mesa para redondear el valor ceremonial de la entrega de mercedes y títulos a la nobleza, estableciendo un símil con la tradición literaria cidiana<46. Aunque mucho más discreta en términos documentales, la invitación a compartir la mesa de la reina mantiene un significado similar, introduciendo además la particularidad del género, que ofrece la posibilidad de incorporar a las mujeres al acto político que tiene lugar en torno a la mesa. El ejemplo proporcionado por la recepción en la corte alfonsí de Burgos de María de Brienne, emperatriz bizantina, es bien conocido en este sentido. El banquete se presenta como la acción de recepción y buena sintonía entre ambas soberanas, no admitiendo compartir la mesa de la reina Violante de Aragón hasta tener constancia del compromiso económico por parte del Rey Sabio para facilitar el rescate de su esposo, apresado por los turcos47.
Aunque sea la magnanimidad regia y su reconocimiento por potencias extranjeras tan distantes como Bizancio lo que lleva a incorporar a la narrativa el suceso, existen otros casos similares que inciden en la oportunidad de la reina para aglutinar el protagonismo del banquete ante la recepción de sus homólogas de cortes vecinas. Con motivo de la llegada a Briviesca de la reina Blanca I de Navarra y su hija en 1440, la acción se concentra en los agasajos que se les brindan por el conde de Haro pero señalando la presencia de su esposa a la mesa y no la suya propia. Doña Blanca, conforme a su estatus de reina titular, se presenta como el agente que conduce la escena, de acuerdo a su estatus, a partir de la cual se ordena el resto de acciones en torno a la recepción. Se trata de una circunstancia de gran relevancia, ya que habla de la mayor proximidad que se entiende entre estas mujeres por el mero hecho de serlo y el refinamiento de la recepción al reunir a la anfitriona con sus invitadas; un gesto que incide en cómo se perciben las relaciones de género de acuerdo al protocolo ceremonial de la época.
La escena se construye puramente en femenino –si bien se indica que el servicio de mesa se compuso por caballeros, gentiles hombres y pajes de la casa del conde de Haro–, al señalar que « allí comieron en la mesa de la Reyna solamente la Princesa, é la Condesa de Haro, a quien la Reyna mandó que así comiese »48 mientras las dueñas y doncellas integrantes del séquito de la reina y princesa navarras se dispusieron de manera intercalada entre caballeros y gentiles hombres, de acuerdo con el planteamiento aconsejado por la cortesía del momento49. Ante todas ellas, se dispuso « tanta diversidad de aves, y carnes, y pescados, y manjares, y frutas que era maravillosa cosa de ver.50 » Además, para subrayar los fastos y la generosidad del anfitrión, se apunta que en las otras mesas de la sala, integradas por el séquito de la reina y la princesa, se dispensó un servicio semejante (« fueron servidos de tantos é tan diversos manjares como la Reyna é Princesa51 »).
Sin duda resulta insuficiente la descripción que se hace en relación a la colación proporcionada por los reyes de Castilla tras velarse los novios a la llegada de la princesa a Valladolid, más aún teniendo en cuenta los detalles de su viaje. No obstante, no deja de ser significativa la ausencia de Juan II en el banquete como consecuencia de su enfado por un cambio en el procedimiento ceremonial, al haberse conducido a la joven novia a la cámara de su esposa y no a la suya propia, para recibirla como su nueva hija. Un giro de los acontecimientos que convertía a María de Aragón en la anfitriona del festejo y, consecuentemente, en la figura de referencia en torno a la que se orquestaba el banquete52.
La condición reginal tenía capacidad para construir en torno a su figura la escenografía de la mesa, pero, como acaba de señalarse, solo de forma anómala o previamente jerarquizada cuando no se trataba de la propietaria del reino o su administradora53. Tanto María de Molina como Catalina de Lancaster son dos exponentes de esa situación a través de su papel como regentes. Este hecho les permitía no solo ser las anfitrionas dentro de la sala, sino también que su colación sea la primera en proporcionarse, por ejemplo, en casos como el de la reina Catalina frente a su cuñado, el todavía infante Fernando de Antequera54. Se mantiene una estricta jerarquía frente al resto de miembros de la parentela regia por parte de reyes y reinas, que demuestran su posición de liderazgo a través del ceremonial de la mesa55. Principio masculino y femenino de la monarquía, su dignidad les permite interactuar y organizar un espacio de trascendencia política y ceremonial, además de su carácter nutritivo.
Conclusiones
Pese a las dificultades documentales, la relación entre el oficio de reinar y la alimentación establece conexiones evidentes entre el rey y la reina, con independencia de quien posee la titularidad del reino. No se trata de una cuestión únicamente conectada con la duplicación de instancias áulicas para los dos miembros de la pareja regia en relación a su estatus, sino que guarda relación con la necesaria protección del cuerpo de la reina y el cumplimiento de sus necesidades cotidianas. Este es un hecho especialmente visible teniendo en cuenta las exigencias de los continuos desplazamientos a los que se ven sometidas, así como a sus inquietudes espirituales y, por supuesto, al delicado trance que suponen los embarazos y las semanas que suceden al parto. Todos estos factores se ven mutuamente condicionados, en un intento por dar cumplimiento a su bienestar personal y a sus obligaciones para con la monarquía. Entre ellas, la capacidad representativa de la reina merece una especial atención, por su capacidad para dar una nueva dimensión a la participación femenina en las reuniones cortesanas en torno a manjares y confites.
La visibilidad de la reina en la mesa solo en ocasiones en las que se pone el foco de atención en celebraciones relacionadas con personajes femeninos sirve para poner de manifiesto el reparto de la representación de la monarquía de acuerdo a la distinción de género. Las fuentes se limitan a mencionar las múltiples ocasiones en las que comen juntos, constituyendo un síntoma de armonía entre ambos, frente a aquellas otras en las que se destaca la presencia en solitario del rey a la mesa, pero no se insiste en la escenografía del banquete y la actuación del rey y la reina; planteamiento solo alterado en aquellos momentos que merecen un especial interés en la creación de la memoria del reinado. Incluso aunque estén concitados en una misma sala, rey y reina ofrecen la posibilidad de adaptar el discurso historiográfico en función de las necesidades coyunturales y de sus protagonistas. Una estrategia que revela la manera conforme a la que se desglosa el cuerpo político de la monarquía de acuerdo a las circunstancias, pero que, al mismo tiempo –y pese a la común falta de detallismo en las fuentes castellanas–, expone la participación del rey y de su consorte de un mismo protocolo ritual una vez sentados a la mesa.