De los comeres e beveres convenientes al sennor arçobispo ssegunt los tienpos del anno e costunbre e hedat: prescripciones dietéticas para Pedro (de Toledo), arzobispo de Sevilla (ca. 1381)1
1. Introducción
La alimentación resulta un fenómeno cultural que desde siempre ha sido utilizada como elemento de diferenciación social. A cada grupo social le correspondía un sistema alimentario determinado que lo definía a través de las estructuras mentales y del imaginario colectivo de la sociedad2 (Riera i Melis 1993-1994: 193). Esa diferenciación no solamente quedaba expresada en la consideración que se tenía sobre el propio alimento y sobre los tipos de preparaciones utilizadas, sino también en la disposición de los comensales en la mesa, la posesión o no de cubiertos, la cantidad de alimento ofrecido (y consumido), etc. (Laurioux 1992: 87), llegando incluso a alcanzar tintes de exaltación nacional, como las afirmaciones del franciscano Francesc Eiximenis en su Terç de Lo Crestià (1384), quien consideraba que los catalanes comían de forma decente, moderadamente y con un régimen equilibrado en contraposición de los habitantes de otros territorios (Peláez 1996: 133). Estos tratados moralizantes permiten, como también el del jerónimo Hernando de Talavera, redactado a finales del siglo XV, comprobar el papel de los alimentos, la conexión entre jerarquía social y su consumo o, entre otros aspectos, las teorías dietéticas imperantes (Castro 2001: 20).
Durante el periodo medieval existió una estrecha relación entre cocina y medicina, donde la alimentación tuvo una función tanto preventiva como curativa3. Es a finales del siglo XII y principios del XIII cuando en el Occidente cristiano empieza a desarrollarse una literatura médica que buscaba tanto el mantenimiento de la salud como la curación de los enfermos mediante la elaboración de dietas. Del diagnóstico del médico resultan una variedad de regímenes que sirvieron para preservar el equilibrio complexional, mediante alimentos que tienen las mismas cualidades que el individuo a tratar, o para disminuir el desequilibrio y restablecer el equilibrio con alimentos de cualidades opuestas (Nicoud 2017: 51). Hay que esperar a principios del siglo XIV para que esta literatura prospere y se difunda, redactándose textos de diversa índole, generalmente destinados a miembros de la nobleza, como los denominados regimina sanitatis y los consilia, estos últimos exponían el saber médico de forma epistolar mediante dietas para convalecientes o enfermos crónicos. Un género literario en donde las lenguas vernáculas alcanzaron una amplia difusión4 (Nicoud 2007, Agrimi y Crisciani 1994).
La doctrina galénica medieval consideraba que el alimento, una vez ingerido, era convertido en sustancia corporal que se consumía debido a la actividad física (Nicoud 2017: 47). Este tenía la propiedad de calentar, refrigerar y confortar los miembros del cuerpo con sus cualidades (calor, frío, humedad y sequedad), y también de actuar de manera determinada según su clase. El efecto de los alimentos sobre el organismo también estaba estrechamente relacionado por la cantidad ingerida: los alimentos gruesos alimentan mucho, aunque se consuman cantidades pequeñas, los sutiles, por el contrario, nutren poco, aun tomándose en gran cantidad, y los moderados alimentan más o menos dependiendo de la cantidad ingerida. A todo esto, hay que añadir que algunos médicos incorporaron « los grados medicamentosos al estudio de las cualidades de los alimentos »que indicaban su intensidad (fortaleza, largueza y virtud) (Gil-Sotres 1996: 647-649; Harig 1974: 131-153).
La diferenciación social aludida anteriormente queda mostrada en las dietas propuestas por los médicos. Así la relación entre vida activa y comidas sustanciosas justificó el establecimiento de distintos tipos de dieta. Los campesinos y aquellos que realizaban esfuerzos intensos tenían que alimentarse con alimentos gruesos, considerando perjudiciales los alimentos sutiles, como pollos, capones o ternera y cabrito por ser carnes que se digerían muy deprisa, lo que les obligaba a comer frecuentemente. La nobleza por su parte, entre quienes se encuentra el arzobispo de Sevilla Pedro de Toledo (ca. 1331-1390), debía consumir alimentos refinados porque, en palabras de un autor anónimo, « la virtus digestiva es débil y no puede digerir los alimentos gruesos ». Diferenciación aplicada a la salud y la alimentación que establece una estrecha relación entre los alimentos más apetecibles (y más caros) con los propios de los grupos privilegiados (Gil-Sotres 1996: 650).
Estos principios quedan expresados en la obra que el médico Estéfano de Sevilla compone a instancia del aludido arzobispo de Sevilla. Del primero sabemos muy poco, tan solo lo que él mismo informa en su libro. Era hijo de maestre Esteban, cirujano y alcalde mayor de los cirujanos de Castilla en el reinado de Alfonso XI, y en 1381 está al servicio del segundo, quien le encarga « ffeziesse e conpusiesse este libro, provado por los mejores antigos médicos e modernos discretos que podieren ser avidos ». Obra preparada:
[…] a onrra e a loor del beatíssimo reverendíssimo padre sennor don Pedro, natural de la honoratíssima çibdat de Toledo, casa antigua de mucha buena ssabidoría, arçobispo de la muy noble perfectíssima çibdat de Sevilla, en la era del sennor de mille e trezientos e ochenta e un anno ordenó, e ffago este libro ssegunt el sennor arçobispo mandó poniéndole nonbre legítimo concordante a la ssu entençión vera, el qual será llamado Libro de visitaçione e conssiliaçione medicorum.5
El manuscrito está formado por dos tratados diferenciados tal y como expone su autor: el primero « De vesitaçión conservativa quanto a la ssalud corporal de la su angélica pressona e preservatyva contra las ssus passiones corporales »; y el segundo « De vesitaçión spritual e conssiliar quanto a los médicos corporales por dar buena cuenta al alto ssennor dellos6 ». El primer tratado, que es el que nos interesa ahora, incluye una arenga (a la que falta el inicio) y dos partes: « La primera será quanto a la consilaçión çibal, la ssegunda quanto a la mundifical7 ». En esa primera parte (la « consiliación cibal ») se incluye una noticia sobre la naturaleza y edad del arzobispo y cuatro « consiliatorios » (falta parte del tercero y cuarto completo). El primero de ellos, dividido en seis capítulos, trata del aire, en general, y de sus alteraciones, según los accidentes que le modifican; el segundo, estructurado en ocho capítulos, alude al trabajo y la holganza; y el tercero, dividido en nueve capítulos, aunque solo se conserva hasta el séptimo, recoge los alimentos y bebidas beneficiosas para el arzobispo sevillano. La segunda parte (la « consiliación mundifical ») se subdivide en dos « consiliatorios » (falta el primero y parte del segundo). Aquí se ofrecen recetas para el tratamiento de distintas enfermedades, y termina con un capítulo sobre el baño8;(Valls Toimil 1974: VII).
2. La naturaleza y edad del arzobispo Pedro de Toledo
La elaboración de un plan dietético estaba estrechamente vinculada con el estado de salud, la edad y la complexión individual del paciente. No parece que el primero fuera preocupante pero sí que a sus 50 años sufría ciertas molestias estomacales. Desde un punto de vista médico el dato de la edad resulta importante puesto que desde la antigüedad se consideraba que una persona entraba en la vejez al cumplir entre los 45 y 55 años. A partir de esos años hasta los 72 años se aludía a la vejez, y más allá los tratados médicos hablan de ancianidad. Periodos de la vida en que las particularidades complexionales se reconocían por una cada vez mayor disminución del calor y la humedad natural (Gil-Sotres 1996: 845-846).
Justifica Estéfano la necesidad de tratar primeramente sobre la complexión del arzobispo aludiendo al noveno libro del De ingenio sanitatis (= De methodo medendi) de Galeno y al Tacuinum sanitatis de Ibn Butlān (Tacuyno)9. Describe el médico la naturaleza esencial del arzobispo: « colórica ssanguina » que, según Galeno (Tegni y De ingenio sanitatis), Avicena (Cantica), Averroes (Canticorum Avicenne cum commento Averroes y « todos los médicos ssabios », la mezcla de tal complexión resulta propia de personas con carácter airado y de cabellos rojizos que en poco tiempo adquieren un tono amarillo fuerte. No obstante, su paciente es « tenprado e muy paçíffico e mesurado10 ».
Las alusiones al carácter virtuoso que Estéfano realiza del arzobispo se complementan con una detallada narración de su aspecto físico: « de apostura (buena disposición) quantidat en tenprada ssequedat » y su faz enjuta de color tirante a amarillento sutil y vivaz « por la abondanca más de la cólera ut coloricus ssanguinus ». Alude también a su pelo cano, atribuido a la « frialdat estranna » provocada por sus desvelos en los muchos servicios a la Iglesia defendiendo la fe cristiana11. Establece Estéfano cierto paralelismo entre Pedro de Toledo y San Gregorio (Gregorio Magno) en la salvaguardia de la doctrina, señalando que el arzobispo estuvo durante veinticinco años en la curia romana « serviendo a Dios predicando […] contra los inobedientes a la ssanta madre eglesia ». A esta agitada actividad atribuye su médico los fuertes dolores de estómago que sufre, « por causa mediata de mucha flema e qualidat ffría ». Contrariamente su hígado, pese a su edad, parece que estaba en perfecto estado - » contrasta mucho a la qualidat averssa del ssu preçioso estómago »- al ser caliente « un poco más de la esençia natural del ffígado ». Esta cualidad del hígado es considerada favorable porque con su edad, en torno a los 50 años recordemos, es normal la disminución del calor natural, aunque no tanta como la « frialdat de la ssenetud12 ». Una edad en la que debe prevalecer el reposo y la vida contemplativa tras largos años de actividad, como afirman, según el galeno sevillano, Aristóteles (Ethica ad Nicomachum) y Bernardo de Gordon (Tractatus de conservatione vite humane)13. Finaliza Estéfano este apartado argumentando que todo lo dicho es « ssin lisonja », porque no es conveniente la adulación por parte de los médicos, según lo afirmado por Galeno en su libro cuarto De ingenio sanitatis14. Descargo a mi entender que buscaba el agrado de su mecenas.
3. Sobre el comer y el beber: el « Conssiliatorio terçio »
Tras los dos primeros « consiliatorios » Estéfano continua con el relacionado con la alimentación (comida y bebida), cuya función consiste, retomando nuevamente a Galeno (De regimine sanitatis (=De sanitate tuenda) y De simplicibus medicinis), en restaurar el calor y la humedad corporal15. Se plantea abordar las distintas cuestiones de lo general a lo particular, como disponen Galeno (Megategni y De interioribus) y Haly Abenrudian (Aly Benrruduan) (Expositio anuncio Tegni Galeni)16. De los nueve capítulos que componían el tercer « consiliatorio » se conserva hasta la parte inicial del séptimo. Las hojas que recogían el resto de este último capítulo, del octavo —« De los manjares convenientes ssegunt los tiempos anuales »— y del noveno —« Quanto a la costumbre »— han desaparecido17.
3.1. Título primero: el pan
El mejor pan para el arzobispo es el elaborado con trigo grueso, pesado y duro. La bondad de ese trigo queda justificada por Constantino el Africano (Pantegni), y su calidad, cuando es recogido a tiempo (no estando podrido ni viejo)18, queda confesada por Rufo de Éfeso (Sobre la preparación de los alimentos) e Isaac Israelí (conocido también como Isaac Iuadeus) (Liber dietarum universalium). La harina debía estar bien molida « egual en blandura ssegunt Ysac, libro ssobredicho, título nono », y cernida en cedazo de seda, « e non mucho apretada quanto al ssalvado » según Averrores (Canticorum Avicenne cum commento Averroes)19. La mezcla de harina con algo de salvado busca facilitar la digestión para no perjudicar el estómago del paciente, evitando el estreñimiento (Gil-Sotres 1996: 675). Las piezas deben estar bien amasadas (« mollete20 ») con sal común. Tras fermentar la masa con levadura (« libdo21 »), y una vez bien cocido, hay que comerlo al día siguiente22. Justifica este testimonio en Isaac (Liber dietarum particularium) y Mauro de Salerno (Regimen sanitatis salernitanum)23. Es aquí cuando el galeno de Pedro de Toledo desaprueba a los médicos judíos que atienden al obispo por sus opiniones encontradas24: unos afirmando que el pan frío cocido el mismo día es el mejor, otros que el caliente y otros que el duro. Posiciones que rechaza fundamentándose en Hipócrates (De regimine), Galeno (De ingenio sanitatis), Rufo, Platón y en el pseudo-aristotélico De regimine principum, conocido también en el Occidente latino como Secretum secretorum. Alude nuevamente a Isaac (Liber dietarum particularium) para confirmar que el pan cocido el mismo día es menos nutritivo y de mala digestión:
E esto porque de parte de fuera es enfriado e los poros clausos e el calor rrecluso de dentro e el fumo por ende es movido e exir estra non puede por la clausidat de fuera e el tornante falla otra ffumosidat, a los quales la grossedat de la ventosidat inflativa es mista, por esto es rretornado al estómago; lo qual non convenía a la esçelente perssona del dicho ssennor [arzobispo]25.
Según esta autoridad, la frialdad del pan, tanto la interna como la externa, resulta predominante en el cocido el día anterior, o incluso una vez transcurridos dos días. Por este motivo este pan nutre mejor, no siendo grueso ni viscoso, y transita ligeramente por los intestinos. Por el contrario, el pan muy seco provoca indigestión y estriñe, y el caliente dificulta el transito del estómago a los intestinos porque es « nadante e es agraviativo », perjudicando « los preçiosos mienbros del ssennor [arzobispo] ». Termina Estéfano con otra crítica a los médicos judíos, quienes « con ssu falssedat e lisonja quieren dezir lo opósito a la verdat26 », reafirmándose en lo expuesto, ahora citando a Avenzoar (De regimine sanitatis)27.
3.2. Título segundo: « Quanto a las carnes tan volantes quan quadrópesas convenientes a la guarda del dicho ssennor »
La importancia de la carne en la dieta del hombre medieval está fuera de dudas, siendo considerada como el alimento más nutritivo. Un buen ejemplo para comprobar, como en este caso, la estrecha relación entre alimento y condición social. Sin ánimo de entrar al detalle y, pese a las complicaciones que conlleva el análisis del consumo de carne en los diferentes grupos sociales debido a la complejidad de la sociedad medieval, puede afirmarse que pese a que a partir del siglo XIII la carne va perdiendo parte de su valor simbólico como alimento de prestigio, algunas variedades (volatería doméstica y la caza) mantendrán ese simbolismo diferencial28 (Banegas López 2012: 23-48). De hecho, las carnes que los médicos consideran como más apropiadas suelen ser las más costosas y preciadas (Gil-Sotres 1996: 690). Así, las más convenientes para el enfermo, debido a su edad y con el objeto de preservar su estómago, son las gallinas nuevas y sanas, cocidas con mucho perejil y canela, o asadas con un poco de cilantro seco, alcaravea, azafrán y canela29.
Estas últimas son las mejores para atemperar la complexión del arzobispo, en la línea de lo que sostiene Averroes (Colliget). También son buenos los pollos de las gallinas domésticas y de las perdices porque generan, a decir de Isaac (Liber dietarum particularium), buena sangre además de confortar el apetito30, en especial aquellos que comienzan a cantar y poseen « tenprada gordura ». Recurre Estéfano nuevamente a Rufo (De regimine), quien afirma que estos últimos son los mejores para las personas sanas, y al Colliget de Averroes para valorar de igual manera la carne de capón, codorniz, cabrito, carnero de edad mediana « e gazela31 ». La bondad de todas ellas queda avalada también por Galeno (De alimentorum facultatibus), Avicena (Cantica), y nuevamente Averroes (Canticorum Avicenne cum commento Averroes y Colliget)32.
De las carnes citadas el carnero es la mejor atendiendo a la complexión del eclesiástico, especialmente el de un año. Según Constantino (Pantegni), si hace poco tiempo que ha sido castrado, al ser más equilibrado, favorece la digestión y nutre más. Además, engendra mucha y buena sangre como afirma Isaac (Liber dietarum particularium). De manera ocasional le es permitido el consumo de carnes de becerro -« vitulinas33 »- y porcinas por ser templadas y generar buenos humores, sangre untuosa y buen y nutritivo calor natural según Rufo (Sobre la conservación de la salud). Entre estas dos variedades cárnicas Estéfano se inclina por la de cerdo, debido a que la « untuosidad » templada de esta última conserva el calor natural de quien la consume. Retoma a Isaac (Liber dietarum universalium) para afirmar que el calor natural se mantiene por la untuosidad de la sangre, « pues quando la untuosidat fuere tenprada el calor natural será más conservado ». Vuelve en esta ocasión a cargar contra los médicos judíos, a los que considera ignorantes de la verdad propuesta por la medicina moderna, afirmando que el « el sennor [arzobispo] puede comer carnes porçinas e toda natura humana porque tal carne es vezina a la natura humana en qualidat34 ».
Las bondades del cerdo quedan avaladas por Constantino (Pantegni), Galeno (De alimentorum facultatibus), Avicena (Canon), Averroes (Colliget) además de por « Tacuynio » y Mauro (Regimen sanitatis salernitanum), quienes indican que el mejor es el joven « ya a casar, porque en tal hedat es tenprada la ssu humidat e más rremota la grossedat viscosa e muliçiosa ». A esa edad la carne alcanza también buen temperamento a causa de « la calentura potente ». La opinión al respecto de Isaac (Liber dietarum universalium) es citada de esta manera:
[…] los ssabios de Atenas dizen que la carne del puerco, después que es partido de la leche fasta aquel tienpo que cobdiçia casar, que aquel es el mejor e más loable, allegando conssigo a Ypocrás e a Galieno35.
El resto de carnes no son aconsejadas para consumo del arzobispo, aunque Estéfano va aludir a ellas a sabiendas de lo frecuentes que son en la mesa, pese a la negativa consideración que tienen entre los médicos36. Menciona el galeno sevillano como poco recomendables las tórtolas « e pavones e todas las otras que ovieren la calentura desigual ». Según Galeno (De alimentorum facultatibus) e Isaac (Liber dietarum universalium) las piezas grandes son de difícil digestión mientras que las pequeñas engendran humores « adustos37 ».
Por su parte, los lechones (« puer[c]os pequennos de leche mamantes ») son dañinos, según Hipócrates, « allegado por Ysac, libro sobredicho », para el estómago porque « enbota e costrinne la virtud aperitiva (purgativa) e humores malos engendra ». Por esto mismo se desaconsejaban también las carnes de ciervo, bovina, vacuna y caprina que, como dice Galeno (De regimine sanitatis), son nocivas para todo tipo de edad y complexión, generando enfermedades melancólicas. Avicena (Canon) considera que la carne de vaca, la de cabra y la de aves grandes provocan fiebres cuartanas « e semejantes », siendo poco recomendables especialmente en otoño a decir del pseudo-aristotélico De regimine principum. Tampoco conviene al arzobispo, basándose Estéfano en Avicena (Canon), ninguna « carne montesa », aunque puede comer la de gacela y la de puerco (entiendo que el puerco montés -jabalí-), mejor la de este último. No resulta nada saludable la carne salada, principalmente si es blanda y viscosa, porque quema la sangre y nutre mal según Isaac (Liber dietarum universalium) y Averroes (Canticorum Avicenne cum commento Averroys)38.
Finaliza Estéfano este segundo título prohibiendo a Pedro de Toledo la ingesta de leche, vino, queso y pescado conjuntamente porque engendra lepra. Por el contrario le permite el uso de yemas de huevos escalfados blandos, asados o fritos porque, según Avicena (De viribus cordis) es alimento « tenprado e cordial » que engendra buena sangre39.
3.3. Título tercero: « Quanto a la esleçión del pescado conveniente »
El título comienza con una cita bíblica —« Et quia ex ssolo pane e carni corporali non vivit homo, más a ssolo verbo Dei »— con la que justificar la normativa eclesiástica del ayuno (entiéndase también la abstinencia de comer carne). Práctica que el arzobispo cumple comiendo pescado, alimento de poco provecho a decir de Rufo (De regimine) y « otros discretos » médicos. Ejemplo de que el uso generalizado de este producto estuvo estrechamente relacionado con las prescripciones de carácter religioso40 (Gil-Sotres 1996: 695; Serrano Larráyoz 2019: 54-55).
Pese a la idea de que todo pescado es perjudicial para el estómago, punto débil del arzobispo, y la importancia que Isaac (Liber Pantegni Ysaac Israelite), Girad Bituricensis (Glosa al Liber Pantegni Ysaac Israelite), Galeno e Hipócrates otorgan al buen funcionamiento de este órgano para mantener la salud, Estéfano propone las variedades que menor daño pueden provocarle: róbalos, salmonetes, lenguados, camarones y galludos41. Los menos malos son los más pequeños, escamosos y « nasçidos en mar pedregoso o arenoso », según Isaac (Liber dietarum particularium). Pese a que la frialdad y la humedad de los pescados pequeños perjudican el estómago del arzobispo, los de origen marino, según Constantino « in quinto ssue especulative, título XXV », eliminan la viscosidad y « grossedat ». De los aludidos los mejor considerados son el galludo y la cola de « pescada çeçial » (merluza) curada al aire42.
Por lo que respecta al pescado de agua dulce los preferibles, como sucede con los marinos, son los pequeños, escamosos « e bermejos », mejor todavía si proceden de aguas pedregosas y en movimiento (ríos), como afirma Hipócratres según Isaac (Liber dietarum universalium). No obstante, Estéfano es consciente, al igual que sucede con la carne, que resulta habitual consumir otras variedades, por lo que para tratar de contrarrestar su « maliçia » el arzobispo debe beber vino « puro bueno », tomar triaca rústica43, o cocinarlos con vinagre y pimienta tal como se propone en el Tacuinum sanitatis de Ibn Butlān. Se rechaza expresamente el pescado bestial -« que muy grant danno trae »- al igual que las ostras, las anguilas y la carne de ballena, especialmente, a decir de Galeno (De regimine sanitatis), a las personas de mayor edad. También se deben evitar las sardinas saladas y cualquier pescado blando, viscoso y salado porque, según Averroes (Canticorum Avicenne cum commento Averroys), queman la sangre44.
3.4. Título cuarto: « Quanto a la eleçión de las cozinas »
En el apartado de « cozinas » se alude a las legumbres y hortalizas. Estéfano no se extiende demasiado porque siguiendo el parecer general de los médicos de la época, la « cozina non es muy conveniente a la conservaçión de la angélica persona » del arzobispo45. Existe un rechazo general al consumo de estos alimentos crudos, de ahí la denominación de « cozinas » y la necesidad de ser preparados. No obstante, pese al poco aprecio de estos productos como alimento sí que se valora su condición como medicina (Gil-Sotres 1996: 683). Así, para la debilidad del estómago y de la « venerable cabeça » de Pedro de Toledo se recomienda el caldo de garbanzos, espárragos, borrajas y berzas (« verças colinas ») además de ser provechoso también para el pecho (« petorales »). El caldo de los garbanzos se considera diurético y en su preparación debe utilizarse perejil y mucha alcaravea « por contrastar la inflación (hinchazón) dellos46 ». Los espárragos además de diuréticos son laxativos y mundificativos de las vías urinarias según Avicena (Canon). A la borraja, considerada una variedad de berza, Estéfano le atribuye propiedades mundificativas y confortativas de los « mienbros spirituales47 » basándose en el Canon y en Averroes (Colliget). La mejor manera de prepararlas para beneficiar el pecho es cocerlas con aceite de almendras, aunque también se permite emplear vinagre. Las coles pueden ser guisadas con aceite dulce común, aunque es mejor de almendras, por ser medicina pectoral según Avicena (Canon), Mateo Plateario48 (Circa instans) y el De conferentibus e noçentibus49, texto atribuido a Ibn Butlān. Las berzas, los bledos y las espinacas son consideradas buenas para los coléricos debido a su complexión moderadamente fría, engendrantes de sangre templada según Averroes y Avicena en los « libros sobredichos50 ».
3.5. Título quinto: « Quanto a la esleçión de los frutos »
El título referido a las frutas está más desarrollado, al igual que los dedicados a la carne y a la bebida. Este desarrollo suele ser habitual en los regímenes de salud tanto latinos como árabes (Gil-Sotres 1996: 685). Al igual que las verduras y legumbres las frutas son consideradas peyorativamente. Estéfano acepta la opinión expuesta entre otros por el pseudo-galénico De dinamidiis, de que generan corrupción en la naturaleza humana. Pese a todo, la costumbre tiene más peso que las recomendaciones médicas, siendo consentidas al arzobispo algunas variedades en los días de ayuno: higos, uvas, membrillos, peras, y uvas pasas —« passas prietas »—. Incidiendo en el reparo hacia la fruta el médico sevillano reconoce que Galeno, según Isaac (Liber dietarum universalium), defiende que esta nutre poco, infla los cuerpos y genera malos humores salvo las ya aludidas. Estéfano justifica su ingesta « por causa de la deleytaçión del ssabor que la natura en ellos toma ». Además del placer sensorial que aportan las citadas variedades, a decir de Hipócrates, según Rufo (Sobre la conservación de la salud) y Galeno (In Hippocratis aphorismos), nutren y son bien digeridas51.
Para evitar los efectos nocivos de la fruta Rufo (Sobre la conservación de la salud) establece dos reglas. La primera relativa a su elección y la segunda sobre el modo de tomarla. Las variedades más alabadas por Averroes (Colliget), Avicena (Canon) y otros son las uvas y los higos maduros porque, según Constantino (in quinto ssue especulative), se digieren bien y generan buenos humores. Las moras, por el contrario, son mejores cuando no han madurado52. Fruta propicia esta última para estómagos calientes y secos, pero poco conveniente al arzobispo por sus problemas estomacales, no debiendo abusar de ella. Estéfano desaconseja comer fruta con gusanos « porque es ssennal de pudrimiento », pudiendo causar, como afirma Rufo, dolencias peligrosas. La fruta doméstica resulta mejor que la silvestre según Galeno e Isaac (Liber dietarum universalium). La seca es preferible a la verde por carecer « de humidat e aguanosidat ssuperflua », evitando pudrirse, en palabras de Avicena (Canon) e Isaac (Liber dietarum universalium)53.
Por lo que respecta a la segunda regla, los higos y uvas deben tomarse antes de comer porque, según Averroes (Colliget), laxan y limpian el estómago54. Los melones, los duraznos « capelludos55, porque estos sson los mejores », las cerezas « roales56 » y las ciruelas se aconseja comer antes que las otras viandas, a poder ser con un intervalo de dos horas. Vuelve Estéfano a generalizar sobre las mejores frutas para su señor, aunque hay ligeras modificaciones con el listado anterior: « ffigos e huvas e passas prietas e alfostigos e granadas e pinnones e almendras e peras ». Apropiados por la edad del paciente son los higos secos que, tomados en poca cantidad antes de comer y acompañados con nueces y con unas pocas hojas de ruda, hace las veces de antídoto contra cualquier veneno mortal. Las autoridades en las que se basa para afirmar esto son numerosas:
Aristótiles in terçio De ssecretis ssecretorum, en fin del título ssesto de conservançia ssanitatis. E Ypocrás in Negoçio inperiali e Aviçena Canon ssegundo e assý de Tacuyno e Mauro in Negoçiis rregimentalibus e de todos los discretos57.
En caso de no contar con nueces Isaac (Liber dietarum universalium) propone sustituirlas por almendras o avellanas. Igualmente, si el arzobispo tampoco tuviera higos a su alcance puede sustituirlos con simiente de cidra, mezclando dos dracmas de ella con buen vino o con agua tibia. El resultado, según Avicena (Canon) y el texto el atribuido a Ibn Butlān (De conferentibus e noçentibus), es un potente anti-veneno contra la picadura del escorpión58.
La ingesta de higos y nueces después de comer contrarrestan la « maliçia » del pescado. Las pasas también son beneficiosas a su edad, según Hipócrates (De regimine), porque evitan enfermedades propias de flemáticos y melancólicos, así como la perlesía, las fiebres cuartanas u otras enfermedades semejantes. El Pseudo-Aristóteles De regimine principum reconoce ser bueno comer seis dracmas de pasas bien dulces para evitar las enfermedades « de flema, e el entendimiento será alumbrado e la memoria emendada, nin quartanas non temerás ». La misma opinión recoge Mauro (Regimen sanitatis salernitanum). Las pasas blancas prietas y los higos blancos son los mejores, como dice Avicena (Canon), porque nutren y confortan el cuerpo según el De conferentibus e noçentibus atribuido a Ibn Butlān. Los piñones machos también son buenos para Isaac (Liber dietarum particularium). Si estos se ponen en agua caliente resultan muy nutritivos, favoreciendo el tratamiento de la « asperura petoral e a los tossientes » porque ablandan los humores podridos y limpian los pechos, además de provocar la orina y de expulsar las piedras (del riñón) según Averroes (Colliget). Los pistachos -« alfostigos »- también son beneficiosos para el arzobispo. Isaac (Liber dietarum particularium) afirma que nutren bien, confortan el hígado y mundifican la región pectoral y pulmonar. Averroes (Colliget) los considera provechosos y confortativos para el estómago, muy propios, como reconoce Estéfano, para su señor. Bien valoradas por Avicena (Canon) resultan también las almendras al ser de cualidad templada. Entre sus propiedades, aumentar la sustancia cerebral, facilitar el sueño y limpiar las vías urinarias, siendo muy convenientes, según Averroes (Colliget), para las personas de constitución delgada. Según Isaac (Liber dietarum particularium) favorecen los pulmones, el pecho y los riñones. Propone tomarlas verdes o preparadas en agua templada59.
En lo referente a las frutas indicadas para consumir después de comer Estéfano siente predilección por la granada dulce. A decir de Avicena (De viribus cordis) es cordial y confortativa de los ya mencionados miembros espirituales. Según Averroes (Colliget) tienen la propiedad para lograr que el alimento no se corrompa en el estómago, siendo muy acertado, según Ibn Butlān (Tacuinum sanitatis), tomar un poco de ella tras la comida. Muy beneficiosas para el estómago son también las peras. Isaac (Liber dietarum particularium) afirma que son mejores las dulces y maduras debido a los buenos humores que engendran. Estas últimas, según Galeno (De alimentorum facultatibus), son especialmente indicadas contra el estreñimiento si se toman después de comer, mientras que antes de comer son apropiadas para los que evacuan con frecuencia. Finaliza aquí Estéfano este título porque de:
[…] las otras (frutas) non fago mençión porque non son tan aprovechosas, mas de lo malo muy poco e rralo e non contrariará contrastando luego después assý commo al pescado, las nuezes a los malos çibos putridinales, las granadas ssegunt Rruffo in Negoçio curial e assí de los ssabios médicos60.
3.6. Título sexto: « Quanto a los beveres convenientes al dicho sennor »
La función de la bebida explicada por Estéfano está enmarcada en la corriente general del pensamiento médico bajomedieval (Gil-Sotres 1996: 704-705). Una finalidad es la de restaurar la humedad cotidiana desaparecida. Otra la de humedecer el alimento ingerido para llevarlo a los « rremotos logares indigentes61 » para su reposición, como lo señalan Constantino (Pantegni) y Avicena (Canon). Así, la elección de las bebidas más apropiadas para el arzobispo se basan en dos causas principales: la primera la relacionada con la naturaleza de la bebida, en concreto con su color y utilidad para su salud, y la segunda con la hora más conveniente para tomarla62.
Según su esencia (o naturaleza) el agua es mejor que el vino, aunque según la edad del arzobispo la primera no es tan provechosa « a la preservaçión del dicho ssennor » como este último por la poca capacidad de nutrir63. Lo dicho queda corroborado a través de las citas a diversas autoridades: Galeno (De regimine sanitatis), Hipócrates (De regimine acutorum), el comentario a esta última obra por parte de Galeno y Avicena (Canon). Sobre la propiedad poco confortativa del agua Estéfano vuelve a remitir a Galeno y a su comentario a la obra de Hipócrates: terçio De rregimine acutorum, en el comento del testo déçimo octavo. Con todo, al ser el agua gustosa a la naturaleza humana y por resultar habitual su consumo no está mal visto mezclarla con vino64.
Las condiciones para elegir una buena agua son cuatro (aunque Estéfano se equivoca y dice cinco): el lugar de nacimiento, el color, el olor y el peso. Por lo que respecta a la primera condición el agua puede nacer de fuente oriental y septentrional « o de flumen (río) pedregoso », siendo la procedente de la primera la mejor, todavía más si fluye por tierra limpia. Esta agua es conveniente, según Galeno (De regimine sanitatis), Hipócrates aludido por Averroes (Colliget), Constantino (Pantegni), Isaac (Liber dietarum particularium) y Avicena (Cantica). Respecto a los ríos, Estéfano alude al que pasa por Sevilla (Guadalquivir), considerando favorablemente su caudal porque el río mengua y crece provocando lodo:
porque a la menguante toda la sordiçie se rremueve dello por el corrimiento dello por el apegamiento del lodo. E así porque es bien fondo e luengo e largo e de todas partes al ssol descobierto es avido en él agua muy buena e clara e liviana e a toda bondat provada65.
La consideración sobre la bondad del agua que corre sobre el lodo frente a la que lo hace sobre las piedras queda recogida en Avicena (Canon) - « el agua que sobrel lodo a mejor es que sobre las piedras »- y Averroes (Colliget y Canticorum Avicenne cum commento Averroys)66. Otras de las características del agua es que no debe tener elementos extraños, sino ser clara y limpia a decir de Galeno (De regimine sanitatis) y el pseudo-aristotélico De secretis secretorum, además de no poseer ningún tipo de olor ni sabor según Galeno (De simplicibus medicinis). En lo referente al peso del agua la mejor es la más liviana. Si no es ligera perjudica al estómago « por ssu pesadunbre e maliçia, ssegunt » Constantino en su quinto ssuy especulativo. La misma opinión queda recogida por Galeno (De simplicibus medicinis) como por Bernardo de Gordon (Tractatus de conservatione vite humane)67.
De las palabras de Estéfano sabemos que el arzobispo bebía vino con regularidad, pero considera necesario dar a conocer los beneficios generales de este último a quienes no lo beben según lo plantea Galeno en el « libro séptimo De ingenio sanitatis, título ssesto »:
diziendo pues que la frialdat del agua mora en los yprocundios68 e non ayuda a la digestión e engendra por ssy finchazones e rroydos al vino nos es de tornar; el qual es contrario al agua porque non fincha el vientre. Mas ante ssi falla ventosidat en él dissuélvela e non mora en los yprocundios nin en el estómago por ssu tenpramiento del ssu calor, conserva la conplessión tenprada e a las otras rreduze a tenpramiento e abre las carreras, por las quales el çibo a de traspassar e fázelo yr más aýna a los logares prenesçientes e ayuda a la digestión e es causa de buena sangre engendrar e la materia clausa en el estómago e en las venas digérela e cuézela e conforta la virtud de los mienbros e desecha e alança la fez del çibo por egestión e provoca urina, eçétera69.
Rufo (Sobre la conservación de la salud) atribuye al vino las propiedades de confortar el estómago, de conservar el calor natural, de eliminar la tristeza y de hacer frente a « los podrimientos poçonientos », características de un alimento imprescindible para mantener la salud: « así commo el tenprado olio mantiene la lumbre » a decir de Averroes (Canticorum Avicenne cum comento Averroes). No obstante, pese a ser la mejor bebida -Galeno (De regimine sanitatis)-, Ateneo [de Attalea] (aludido como Atanaco) e Ibn Butlān (De conferentibus e noçentibus) afirman que su abuso lo convierte, a decir de Estéfano, en el « peor de los beveres ». Este último afirma que los desórdenes provocados por su consumo en exceso quedan recogidos en el De regimine principum, cuya recuperación se logra, según Avicena (Canon), mediante el vómito. Su consumo está orientado al mantenimiento de la salud, evitando el deleite (en demasía), y siempre en los momentos y cantidades adecuadas, buscando la templanza70. En ningún momento Estéfano valora la idea de Avicena, muy criticada por los médicos latinos, sobre la bondad de embriagarse una o dos veces al mes con el fin de purgar el cuerpo mediante el sudor, la orina y el ya aludido vómito (Gil-Sotres 1996: 732-733).
La elección del vino debe estar regida por siete particularidades: origen, elaboración, edad, licor, olor, color y sabor71. Por lo que respecta a su origen los mejores racimos son aquellos procedentes de « entre montes e valles », con carácter dulce y maduro « e de ssotil ayre ». Según Estéfano el color más apropiado es el áureo, como señala el De regimine principum. Los racimos deben estar sanos, limpios y maduros, con buen olor y no muy exprimidos, para que el líquido desperdiciado, a decir de Rufo (Sobre la conservación de la salud) y el aludido texto pseudo-aristotélico, no haga perder al vino su sutileza y claridad72.
La edad aconsejada de los caldos es, según Avicena (Canon) y Galeno (De ingenio sanitatis), aquella « entre nuevo e viejo ». Según estos el vino nuevo resulta duro de digerir y engendra humores gruesos, perjudica al hígado y conlleva a quien lo bebe a « corrençia73 epática ». El vino viejo, por su parte, puede utilizarse como medicina pero nutre poco74. Lo dicho queda corroborado por Avicena (Canon), Isaac (Liber dietarum universalium), Constantino (Pantegni) y Galeno (Detemperamentis). Según el licor (sutilidad/fuerza) el mejor es aquel de suave sustancia, delgado, claro con mucha agua. Hipócrates alude a este, según Galeno (De ingenio sanitatis), como « bueno vero vino75 ».
El olor debe ser aromático porque, como firma Avicena, conforta los espíritus. Los caldos odoríferos (de buena fragancia) y claros engendran, según Isaac (Liber dietarum particularium), sangre buena y clara, mundifica el corazón, conforta el alma, da alegría y elimina la angustia debido a que purifica la sangre cercana al corazón, además de eliminar los humos turbios. En caso de consumirse un caldo con mal olor el resultado, según Constantino (in quinto sue Especulativa), es el contrario76. Respecto al color Estéfano se inclina por el rojo claro y el blanco « tirante a un poco a doradura », secundando a Rufo (Sobre la conservación de la salud) y Mauro (Regimen sanitatis salernitanum), aunque el mejor para el arzobispo, debido a su edad, es aquel de sustancia sutil y color rojizo, como propone Galeno (De regimine sanitatis). Este último está indicado durante las comidas mientras el blanco, según Avicena (Canon), es más propicio al final sustituyendo al agua. Este rechazo al agua sola está viene justificado porque « contraria a los ssenos77 ».
El sabor no debe ser amargo, agrio ni dulce. El mejor de todos es aquel que no destaca ni por su dulzura ni por su amargor. Si es agrio perjudica al pecho y nervios según Mauro (Regimen sanitatis salernitanum), si es amargo no produce buena sangre ni nutre bien a decir de Galeno (De ingenio sanitatis), y si es dulce Avicena (Canon) considera que engendra putrefacción y opilaciones hepáticas. Concluye Estéfano:
[…] el vyno rrúbeo e blanco claro, odorífero, ssotil, deletable, ssufriente mucha agua, este es el mejor de todos para la conservaçión e preservaçion del ssennor arçobispo ssegunt Galieno, terçio De sinpliçi medeçina, destençione quarta, título ssecundo, e assý de Aviçena, Canon general, e de todos los ssobredichos doctores78.
En lo referente al momento en que deben ingerirse líquidos (agua y vino) el galeno del arzobispo comienza por el agua, cuyo consumo desaconseja en ayunas, durante las comidas y nada más terminar de comer79. Sí que permite a su paciente beber después de la primera digestión con el objeto de « inliqueçer » el alimento para favorecer su asimilación, pero la temperatura del agua no debe ser fría porque en tal caso corrompe la complexión, destruye la virtud digestiva y ocasiona hidropesía según Rufo (Sobre la conservación de la salud). El agua fría en ayunas perjudica tanto al estómago como al resto del cuerpo y disminuye el calor del estómago según el De regimine principum. Avicena (Canon) rechaza el agua fría en ayunas o después del baño porque « venino es », al igual que Galeno (De ingenio sanitatis)80. El rechazo al consumo de agua durante las comidas viene también justificado por Averroes (Canticorum Avicenne cum comento Averroes), quien considera que corrompe el alimento provocando indigestión. Tampoco es favorable este último a beberla nada más terminar de comer, « porque encrudeçe la vianda e e[n]fría el estómago e contrasta a la digestión ». Vuelve Estéfano a referirse al De regimine principum para añadir que el estómago se enfría y genera flema81.
Contrariamente a lo propuesto para el agua, el momento de comer es cuando hay que beber vino, mientras que tras las comidas solo se permite poca cantidad. Sus virtudes son ayudar a la digestión y « al traspassamiento del çibo a los otros mienbros ssegunt fue dicho ». No es recomendable el vino en ayunas o después de comer porque, según Avicena (Canon), perjudica al cerebro, provocando, a decir de Galeno (In Hippocratis Aphorismos), espasmos y defectos en la voluntad. Tampoco resulta benigno tomarlo nada más terminar de comer porque según este último (De temperamentis) dificulta la digestión debido a su propiedad aperitiva, provocando que el alimento indigesto pase a los miembros originando, según Avicena (Canon), obstrucción y putrefacción en los órganos82.
3.7. Título séptimo: « De los estrumentos e condimentos convenientes con los manjares del ssennor sse deven preparar vasos para el ssu preçioso potar »
Tras poner en consideración la elección de los alimentos y las bebidas que Pedro de Toledo debe consumir, Estéfano profundiza en la vajilla donde se deben preparar dichos alimentos. El elevado estatus social del paciente queda reflejado en la necesidad de utilizar elementos de oro, plata y, en el peor de los casos, acero, « porque estos tales vasos sson confortativos de los mienbros ». Entre los elementos de la vajilla alude a las escudillas y tajadores. No descarta en caso de necesidad la utilización de vajilla de buen barro y de vidrio, aunque no se deben utilizar en la cocina en más de cinco ocasiones: « esto por lo que entra en los poros dellos non puede del todo ssalir e podreçe », pudiendo producir fiebres pútridas, sarnas « e otros podrimientos », según Avenzoar (De regimine sanitatis)83.
Por lo que respecta a la vajilla de mesa esta debe ser de oro, puesto que este metal es « muy cordial e contra los viros (toxinas/venenos) » según Hipócrates (De regimine)84. Con el fin de atenuar los problemas estomacales, los cuales ocasionalmente provocan al arzobispo grandes dolores, se le recomienda encargar la confección de un vaso de oro puro con elementos astrológicos:
Mas porque el ssennor arçobispo a la pasión estomática, porque padece muchas vezes grandes dolores e por la donservaçion de la ssu persona angelical sea fecho un vaso de oro ssol in virgine estante, ora ssolis con acatamientos rrectos e propincos de bonívulos cuerpos rremoto a Ssaturno e a Mars. E después ssafumado con tus masculino, tal vaso contra viçio viroso es. E la ffábrica fecha del vaso ssea después fecho un sello de oro, el ssol estando en la primera ffaz de Libra, luna cresçiente in día de Júpiter, en las çinco oras primeras. Ssea fecho el ssello en el ffigurado un omne que tiene en la una mano un peso e en la otra un ave que ssea medio negra e medio blanca. E puesto este ssello en logar de esmalte en el vaso, grant profico a la passión estomática sse le sseguirá más que ninguna de las medeçinas otras corporales ssegunt los estrólagos in libris ssecretorum ut ait Arnaldos in Spiramentis sperimentatorum, tractado De ssegillos, título Contra dolore estomachi; eçiam beatus Albertus in ssuo libro Ssecretorum, tractado De ssegellis. E con este vaso preçioso e muy virtuoso beva el dicho ssennor el ssu venerable bever85.
En lo referente a la preparación las aves, los pollos, tanto asados como cocidos, como las gallinas se deben condimentar con perejil. Según Avicena (Canon) las últimas son mejores si han sido cocidas « porque lo tenprado es lo más virtuoso », siempre que no sean muy gordas, porque en caso contrario, a decir de Isaac (Liber dietarum universalium) e Ibn Butlān (Tacuinum sanitatis), las asadas son más aconsejables « porque el fuego rressiste mucho a la maliçia de la mucha gordura ». Las perdices más sabrosas son las asadas debido a la excesiva sequedad de su carne. El fuego fuerte y breve elimina toda la humedad extraña, siendo el pecho, según el Tacuinum sanitatis, la parte más carnosa. Algo parecido se considera de las codornices, aunque requieren un fuego más suave. Los capones tienen la misma consideración que las gallinas86.
De los cuadrúpedos el mejor cabrito es aquel asado cuando es muy grueso, debiendo ser adobado con azafrán, canela y un poco de jengibre. El carnero, por su parte, debe ser cocido y adobado. Cuanto más cocido mejor si es con salsa de perejil, la cual, según Isaac y Avicena (Canon), « es aperitiva e contrastable al podrimento87 ». De los asados al arzobispo no le conviene el de cerdo, salvo su caldo o salvo que sea preparado con salsa de vinagre y pimienta porque, según Avicena (Canon), esta salsa « contrasta a la ssu viscosidat moliçiosa e ayuda al digerimiento ». La carne de vaca (y todas las carnes frías) puede, según Isaac (Liber dietarum universalium), formar parte de la dieta si se cuece con perejil y levístico88.
Una vez sacrificada la carne la mejor es la del día, la fresca, por ser la más tierna y sabrosa debido al poco tiempo transcurrido que le haga perder su calor inicial. Las partes delanteras son las mejores, y entre las de los lados las diestras, por ser más templadas y sanas que el resto por su cercanía al corazón y al hígado. Opinión que Estéfano de Sevilla atribuye a Isaac (Liber dietarum universalium), Ibn Butlān (Tacuinum sanitatis) y Mauro (Regimen sanitatis salernitanum). Lamentablemente el texto se interrumpe al tratar de los adobos a utilizar en los pollos como en las « carnes edulinas89 ».
4. Consideraciones finales
El « consiliatorio » tercero de Estéfano de Sevilla, aunque se conserva incompleto, resulta un magnífico esfuerzo de erudición de autores y obras. Galeno, Avicena, Isaac Israelí, Averroes, Ibn Butlān, Aristóteles, Hipócrates, Rufo de Éfeso, Constantino el Africano y Mauro de Salerno son los más representativos por número de alusiones, siendo citadas más de una treintena de obras médicas, incluidas también las apuntadas en la justificación inicial de la obra. No obstante, que el médico sevillano tuviera a su alcance todos los textos referenciados resulta complicado de creer porque algunos son citados de forma genérica o equívoca. Esto nos permite afirmar que muchas referencias son de segunda mano, cambiando en ocasiones los títulos de las obras y sus autores, en función del manuscrito o la traducción utilizada. Y ¿qué decir cuando las citas son ideológicas simplemente? Alusiones a autoridades médicas que como en otros ejemplos buscan la justificación de sus afirmaciones, así como el reconocimiento profesional a través de su erudición.
Otro elemento a tener en cuenta en el conjunto de la obra de Estéfano es la utilización, como ya ha sido puesto en evidencia en alguna ocasión (García Ballester 2001: 300-301) de la lengua castellana, mezclándola con distintas formas latinas generalmente de términos médicos (disglosia). Un ejemplo más de la fuerza que van alcanzando este tipo de textos escritos en lenguas vernáculas como medio de difusión entre los miembros de las élites que no tenían ningún problema para manejarse con el latín. Resulta destacable su evidente antijudaísmo, demostrado en su máxima expresión en su alegato a favor de la carne de cerdo, aunque debido a los problemas físicos de su mentor no le es especialmente recomendada. Punto de vista totalmente diferente del médico de origen francés Antonio de Tornay, que aproximadamente un siglo más tarde elabora para García Álvarez de Toledo, primer duque de Alba, una serie de textos redactados en castellano con el fin de hacerlos accesibles a los médicos judíos que atendían a este último y que desconocían la lengua latina (Serrano Larráyoz 2018: 86).
Las propuestas alimentarias planteadas en este « consiliatorio » corresponden a las propias de un eclesiástico perteneciente a las élites nobiliarias, mostrándose la naturaleza de los alimentos y el proceso nutricional de estos con el fin de tratar ciertas molestias estomacales y problemas en el pecho teniendo en cuenta90 la avanzada edad del Pedro de Toledo. Estéfano de Sevilla es consciente de que pese a sus recomendaciones en la mesa del arzobispo hispalense se presentan otros tipos de alimentos no especialmente saludables desde un punto de vista médico, por lo que también alude a alguno de ellos. Resulta especialmente interesante la alusión a especias exóticas y otras yerbas más comunes en la elaboración de salsas, como en la técnica de preparación de algunos alimentos, que, más allá de las modas gastronómicas, tienen funciones medicinales que buscan mejorar sus propiedades digestivas. Del mismo modo, la ausencia de referencias a los productos lácteos (queso y leche) salvo para desaconsejarlos está en consonancia con los puntos de vista médicos de la época.
Llaman la atención, para terminar, las referencias a algunos antídotos contra los venenos, especialmente contra el de la picadura del escorpión por lo que deduzco que estos últimos no eran infrecuentes en tierras sevillanas, y también la mención a la utilización de sellos astrológicos como complemento de la práctica médica en la decoración de una copa de oro. La utilización de textos astrológicos, a los que se les otorga mayor eficacia que a los médicos, ha sido considerada por algunos autores como una práctica poco habitual de la medicina universitaria, por lo que sería un indicador de la práctica médica al margen de los estudios reglados (Weill-Parot 2002: 542). No obstante, su ya aludida defensa sobre la carne de cerdo frente a los médicos judíos, a quienes considera al margen de la medicina moderna, las intercalaciones latinas por todo el texto y el uso continuado de la literatura médica en latín parecen indicar lo contrario (García Ballester, 2001: 301).
Anexo. Autores y obras citadas por Estéfano de Sevilla
Autor | Obras aludidas y número de referencias | % [177=100%] |
Galeno |
Comentario del De regimine acutorum de Hipócrates (2) De alimentorum facultatibus (4) De creticis diebus (1) De dinamidiis (1) De ingenio sanitatis (9) De interioribus (1) De regimine sanitatis (8) De simplicibus medicinis (4) In Hippocratis aphorismos (2) Megategni (1) Tegni (1) |
19,2 |
Avicena |
Canon (27) Cantica (3) De viribus cordis (2) |
18,07 |
Isaac Israelí |
Liber dietarum particularium (11) Liber dietarum universalium (15) Pantegni (1) |
15,25 |
Averroes |
Canticorum Avicenne cum commento Averroes (8) Colliget (14) |
12,42 |
Aristóteles |
De regimine principum / Secretum secretorum (8+2) Ethica ad Nicomachum (1) |
6,21 |
Ibn Butlān |
De conferentibus e nocentibus (4) Tacuinum sanitatis (7) |
6,21 |
Constantino el Africano | Pantegni (traducción de la obra de Haly Abbas) (10) | 5,65 |
Rufo de Éfeso |
De regimine (1) Sobre la conservación de la salud (7) Sobre la preparación de los alimentos (1) |
5,09 |
Mauro de Salerno | Regimen sanitatis salernitanum (7) | 3,97 |
Hipócrates |
De regimine (4) De regimine acutorum (1) |
2,83 |
Avenzoar | De regimine sanitatis (2) | 1,13 |
Bernardo de Gordon | Tractatus de conservatione vite humane (2) | 1,13 |
Alberto Magno | [De mineralibus] / [Tractatus de sigillo et anulo Leonis] (1) | 0,57 |
Arnau de Vilanova | [De duodecim imaginibus] (1) | 0,57 |
[Girad Buturicensis] | Glosa del Liber Pantegni Ysaac Israelite (1) | 0,57 |
Haly Abenrudian | Expositio anuncio Tegni Galeni (1) | 0,57 |
Mateo Plateario | Circa instans (1) | 0,57 |