El lugar del saber natural en el proyecto alfonsí
El marco de la cuestión «Savoir et pouvoir sous Alphonse X» del programa de la «Agrégation Externe d’Espagnol» no contempla la temática de las obras dedicadas al saber natural. Resulta sin embargo pertinente abordar en qué medida se inscriben en el proyecto alfonsí, de manera a tener una visión global de este y a obtener una mejor caracterización de las obras jurídicas e históricas. Esto en cuanto a la justificación del tema elegido.
En cuanto al marco formal: teniendo en cuenta que el objetivo de las jornadas que dieron pie a estas conferencias era aportar un complemento a la preparación a los candidatos a la «Agrégation», consideré oportuno presentar este trabajo bajo forma de disertación – una disertación con una particularidad por supuesto, ya que tanto la cita como la indicación subsiguiente no han sido aquí impuesta, sino elegidas, con el propósito de abordar la temática de la relación entre el saber natural y los dos pilares del proyecto alfonsí, las leyes y la historia (a modo de anejo, figuran al final de este trabajo los prólogos y las miniaturas analizados, así como las principales obras citadas).
Hecha esta salvedad, mi propósito ha sido el de tratar de ajustarme a la metodología de la disertación, respetando las características dialécticas de este ejercicio (de cara a una mayor claridad, se explicitan los títulos tanto de las partes como de los apartados, lo que no debe hacerse en el caso de una disertación de «Agrégation»). Sin más dilación, paso a transcribir la cita a partir de la cual presentaré una disertación centrada en el papel del saber natural dentro del proyecto alfonsí.
Alfonso […] quería asimilar unos conocimientos científicos a fin de construir con ellos una verdadera estructura de saber como asiento de su corte. Gracias al Lapidario, el camino para otras empresas de mayor envergadura quedaba abierto.
Fernando Gómez Redondo, Historia de la prosa medieval castellana I,
La creación del discurso prosístico: El Entramado Cortesano,
Cátedra, Madrid, 1998, p. 386-387.
Basándose en sus conocimientos sobre el conjunto de las empresas y del reinado de Alfonso X, valore la relevancia de este comentario.
Ochocientos años después de su muerte, la obra y el reinado de Alfonso X siguen suscitando el interés de los investigadores, tanto de historiadores como de filólogos. La amplitud de su proyecto cultural, y la relación existente entre los diversos ámbitos abordados, es objeto de nuevas evaluaciones, sobre todo desde que en los años 60 Diego Catalán se adentrara en la «silva textual» de las obras historiográficas. Prueba de este interés son las numerosas páginas dedicadas por Fernando Gómez Redondo en su ingente obra Historia de la prosa medieval castellana, publicada a finales de los noventa del siglo pasado, a la producción alfonsí. Sobre el impulso e inicio de esta producción, Gómez Redondo (Historia de la prosa medieval castellana, 386-387) afirma que:
Alfonso […] quería asimilar unos conocimientos científicos a fin de construir con ellos una verdadera estructura de saber como asiento de su corte. Gracias al Lapidario, el camino para otras empresas de mayor envergadura quedaba abierto.
En esta cita, Fernando Gómez Redondo destaca el papel precursor del Lapidario, poniendo así de relieve la importancia de las obras científicas en el proyecto cultural alfonsí. Se trataría en este caso de la «asimilación» de unos conocimientos, puesto que en el ámbito científico tanto el Lapidario como el resto de las obras alfonsíes son traducciones al castellano de tratados árabes. Es necesario precisar que el sentido de asimilar en este contexto es «comprender lo que se aprende, incorporarlo a los conocimientos previos». Pero en un sentido biológico, la asimilación implica todos los procesos de síntesis, de creación de moléculas complejas a partir de otras más sencillas.
Para decirlo simplemente, tanto en su sentido figurado como literal, asimilar implicar hacer suya una materia para la elaboración de su propia miel, para pasar a una segunda metáfora, la de la abeja que transforma el polen de las flores en ese dulce néctar. Es lo que viene a expresar Gómez Redondo a través del verbo «construir» de la cita: «construir una verdadera estructura de saber». Estructura, cuerpo, encontramos aquí de nuevo esta idea organicista, que remite al aristotelismo político sobre el que se funda el pensamiento alfonsí.
En este pensamiento, en palabras de Gómez Redondo se establece ciertamente un nexo explícito entre todos los campos del saber; en este pensamiento, y entre estos campos, opera sin embargo para este autor una suerte de jerarquía entre los saberes «asimilados» y las «otras empresas de mayor envergadura». Estas empresas de mayor envergadura son claramente aquellas dedicadas al derecho y a la historia. Cabe entender la «mayor envergadura» de las obras jurídicas e históricas como mayor importancia, mayor amplitud y mayor alcance, remitiéndonos a la definición de «envergadura» del Diccionario de la Real Academia.
Se puede en efecto considerar que las obras que el Rey Sabio dedica a las leyes y al saber histórico, que no son traducciones como era el caso de los textos científicos, están sometidos a un importante y complejo proceso de escritura: barajan y abarcan una enorme cantidad de materia, están sometidas a una revisión y reescritura a lo largo del reinado, y se destinan a un gran número de destinatarios. Quedaría así puesta de manifiesto su «mayor envergadura».
Por otra parte, cabe insistir en el hecho de que, en esta cita, Gómez Redondo establece un claro puente entre la realización de empresas culturales y el ejercicio del poder por parte de Alfonso X. Así, el saber es considerado como «asiento de su corte», es decir como fundamento mismo de su actuación política. Vuelve a aparecer aquí – a través del sustantivo «asiento», derivado de «asentar» – el campo léxico de la construcción, de la fundación. El espacio simbólico de la corte, como base del ejercicio del poder, no tiene otro sustento que el saber. Ahora bien, ese nexo entre saber y poder se inicia, según Gómez Redondo con una obra no de carácter histórico ni jurídico, sino científico.
Cabe pues proponer una reflexión sobre la vinculación de las obras científicas y el programa cultural y político alfonsí. Para ello, y basándonos en el análisis de los prólogos, trataremos de mostrar a través de qué estrategias se imbrican el saber y el poder a lo largo de la escritura prologal. Se verá que ello es patente en la manera en que los prólogos de las obras científicas justifican su puesta por escrito – cuestión que se estudiará en la primera parte. En la segunda parte se pondrá de manifiesto el poder performativo de la ficción en la afirmación del poder.
La legitimación de la escritura en los prólogos científicos
Como es sabido, para llevar a cabo su ingente empresa cultural, Alfonso X creó una suerte de taller científico, una escuela palatina cuya sede principal se hallaba en Toledo. La primera obra que encarga Alfonso, en 1250, siendo aún infante es el Lapidario, compuesto en realidad de cuatro tratados sobre las virtudes de las piedras, referidas a los astros. Poco más adelante (1254), se compone el Libro conplido en los judizios de las estrellas, que consta de ocho libros – de los cuales solo se conservan cinco en la versión castellana – de astrología/astronomía. La materia científica se completa con el Libro de las cruzes (1259), un tratado de materia astrológica referida al gobierno. Las obras posteriores, que no se abordarán en este trabajo, constituyen un aprovechamiento de la materia científica ya compilada (Libro de las formas e de las imágenes, redactado entre 1276-279 y del que solo se conserva el prólogo), están dedicadas a las técnicas de observación estelar y de construcción de instrumentos (Libro del saber de astrología 1276-1279) o a la astrología mágica (de esta materia no se conserva ninguna obra completa en castellano).
Si bien estas obras constituyen, como también es el caso del Calila e Dimna, obra temprana promovida por un Alfonso aún infante (como es el caso del Lapidario), traducciones de originales árabes, en el caso de las obras científicas van enmarcadas por textos liminares que permiten entender su alcance y su importancia dentro del proyecto del Rey Sabio. En ellos se justifica la traducción de estas obras, recurriendo a dos tipos de argumentos: por un lado, a unos motivos formales – sintaxis y tópicos – reconocibles y funcionales, y por otro a la expresión explícita de la finalidad perseguida.
Legitimación a través de los tópicos
En el caso de las traducciones, no se utiliza la primera persona en los prólogos para fundar en la persona y la voluntad mismas del monarca la justificación de la escritura, puesto que se trata de saberes que no emanan del rey, y que por otra parte proceden de una esfera cultural ni castellana ni europea. En estos espacios liminares, el rey aparece por lo tanto en tercera persona. Por ello resulta particularmente interesante constatar que el hecho de recurrir a estos saberes se funda sobre estrategias que buscan, no la reflexión del receptor, sino, por el contrario, su adhesión en cierto modo automática. Este es el efecto que producen los tópicos, que actúan como esquemas explicativos preexistente a la escritura de la obra, son por lo tanto inmediatamente reconocibles e inteligibles. Se trata, en el caso de estos prólogos de obras científicas cuyo original está en árabe, de justificar su traducción al castellano. Se recurre para ello a dos tópicos, el del saber como libro escondido y el de la pobreza del saber latino.
En el caso del tópico de la pauper latinitas, puede leerse en el Libro conplido: «cumplio la grant mengua que era en los ladinos». La traducción de esta obra en castellano viene pues a paliar una falta de conocimientos sobre estas cuestiones en el mundo «ladino», es decir latino. Lo mismo se afirma en el Libro de las Cruzes, de manera aún más explícita: «[…] la perdida et mengua que habian los ladinos en las sciencias de las significationes sobredichas».
Se justifica pues recurrir a obras escritas en árabe por la insuficiencia del saber científico del occidente latino. No se trata, como se anuncia en el título de este apartado, de un verdadero nexo causal, puesto que recurrir a la pauper latinitas constituye un tópico literario ya utilizado por otros traductores de obras árabes (como Gerardo de Cremona o Alberto Magno) en otras épocas y en otros lugares. Ahora bien, el hecho de que la justificación esgrimida no se funde en la estricta causalidad no invalida en absoluto su funcionalidad, sino todo lo contrario, puesto que se integra en un conjunto de dispositivos regidos por la lógica narrativa.
El segundo tópico utilizado es el de la asimilación entre el saber y un tesoro escondido. Este tópico procede probablemente del Eclesiastés XX, 30 («Sabiduría oculta y tesoro escondido, ¿a quién le sirven de algo?») y constituye pues un recurso bien conocido y utilizado en la literatura medieval europea. Aparece en el Libro de las cruzes de manera bastante cercana al texto bíblico: «[…] dos cosas en el mundo que mientre son escondidas non prestan nada et la una es el seso encerrado que non se amostra, et la otra thesoro escondido en tierra». De manera explícita, se afirma la inutilidad tanto de un bien preciado, material, que estuviera bajo tierra, con la del saber que no se difunde. De manera menos explícita, también el Lapidario recurre a este tópico: «Mas, por las grandes guerras y las otras muchas ocasiones que y acaecieron, muriera la gente, y fincaron los saberes como perdidos».
Como en el caso de la pauper latinititas, la afirmación de la pérdida que supone un saber escondido aporta un argumento de orden general para legitimar la traducción de la obra prologada. Pero este tópico confiere además un gran valor al saber, por la comparación explícita, heredada de las Escrituras, con un tesoro. Ello justifica, fuerza incluso, que se busque el saber como se busca un tesoro, y desemboca pues en una actitud voluntarista. Es necesario dar a conocer el saber como se desentierra un tesoro. Así, refiriéndose al Rey Sabio, Gómez Redondo afirma que « integra su voluntad de autoría en esa cadena de transmisión del saber, […] recoge un conocimiento que yace, atesorado, en libros que es necesario buscar». Por lo tanto, el tópico del saber como tesoro escondido enlaza con la cuestión de la finalidad misma de la obra prologada y permite pasar del plano general al concreto.
La escritura se legitima expresando la finalidad de la obra
Enlazando con el tópico del saber como tesoro escondido, que aportan la justificación de la necesidad de «desenterrar» ese saber, los prólogos científicos justifican la traducción de estas obras por la finalidad que se proponen. Así, se trata de que el saber sea útil, que de él se puedan aprovechar los hombres. El Lapidario asegura que el rey «mando gelo trasladar [a Yehuda Mosca] de aravigo en lenguaje castellano por que los omnes lo entendiessen mejor et se sopiessen del más aprovechar». Por supuesto, la locución conjuntiva «por que» debe aquí entenderse como «para que», es decir la afirmación explícita de un nexo de carácter final entre la escritura y el aprovechamiento de la obra por parte de los «omnes».
La legitimación del acto de escritura – de traducción en este caso – se relaciona pues con la esfera de la recepción del libro, con sus destinatarios y el bien que de su lectura redundará. Esta idea queda bien clara en el Libro de los iudizios: « este libro es dicho por su nombre el Libro conplido en los iudizios de las estrellas, por que el qui leyere en el y fallara conplimiento de lo que pertenesce en los iudizios de las estrellas», donde el «por que» medieval tiene por supuesto el sentido del «para» actual.
Más allá de esta finalidad concreta del saber, que sería alumbrar el entendimiento de los hombres, el Lapidario insiste en una meta más espiritual, que resulta ser el verdadero fundamento de cualquier empresa humana : «[…] obrando de esta guisa llegará a lo que quisiere hacer por ellas, y verá cosas maravillosas de la su virtud, que recibe de Dios, porque hará a loar y bendecir el su nombre que sea venido por siempre jamás, amén». A través de la expresión de la finalidad última de la escritura, se produce por lo tanto una asimilación entre la virtud, procedente de Dios, y el saber.
Las estrategias de legitimación aquí analizadas (una justificación de orden externo y general, es decir los tópicos de la pauper latinitas y del saber como tesoro escondido, y la expresión explícita de la finalidad concreta de la escritura) desembocan en el establecimiento de una clara dicotomía. Por un lado se encuentra la falta de saber, asociada con la pérdida, el desaprovechamiento, la ignorancia, y por otro, el saber, claramente situado en la esfera del bien y la luz, puesto que emana y revierte en la gloria de Dios.
Un saber cuya recuperación no solo se legitima sino que, como se analizará a continuación, se convierte en relato, un relato cuyo protagonista – aquí en tercera persona – es el propio rey.
La ficción prologal al servicio de la afirmación del poder
En palabras de José Ángel García de Cortázar, el Rey Sabio «se empeñó en reemplazar las expresiones culturales dispersas, producto igualmente de iniciativas dispares en el tiempo, por unas expresiones que respondieran a un deliberado programa cultural». Este autor considera pues que las producciones culturales alfonsíes se caracterizan no solo por su carácter innovador sino por un claro impulso programático y unificador. Si en los prólogos de las obras legales e históricas el rey asume en primera persona esta voluntad de renovación e unificación, en el caso de las obras científicas, que al ser traducciones hacen aparecer a Alfonso X en tercera persona, la estrategia adoptada es la de elaborar, a través de un relato, el personaje de una figura regia que participa activamente en la construcción del saber. Este proceso se declina a través de dos elementos, el primero es la inclusión del rey en una cadena del saber y el segundo la afirmación explícita de la importancia de su papel en la emergencia de estas obras.
La cadena del saber
La continuidad del saber, desde la antigüedad hasta la época de Alfonso X, queda claramente afirmada. En los prólogos de las obras científicas, que no se enuncian en primera persona como es el caso de las obras históricas y jurídicas, el narrador presenta a Alfonso como continuador y sucesor de la labor de otros sabios de la antigüedad.
De esta manera, el Libro de las Cruzes hace del Rey Sabio un nuevo Salomón: «Alfonso […] semeiando a Salomon en buscar et espaladinar los saberes». En el Lapidario, el número de eslabones es más numeroso y parte de Aristóteles, el «más cumplido de los otros filósofos». Cabe recordar que todo el proyecto alfonsí está imbuido de neo-aristotelicismo, puesto que se trata de armonizar la esfera celeste (la divina) con la terrestre, a cuyo cargo están reyes y emperadores (puesto que el rey y el emperador son, como lo afirman las Partidas, vicarios de Dios en tierra). Así, el Lapidario le atribuye a Aristóteles la idea de correspondencia entre microcosmos y macrocosmos: «todas las cosas que son sólo velos se mueven y se enderezan por el movimiento de los cuerpos celestiales, por la virtud que han de ellos, según lo ordenó Dios».
Ahora bien, si Aristóteles es el punto de partida, en el Lapidario se establecen una serie de eslabones. El primero, tras este filósofo, que instaura la tradición de los lapidarios («Aristotil […]fizo un libro en que nombro sietecientas […]» piedras) es Abolays, el supuesto traductor del texto que manda traducir Alfonso : «quando […] traslado lo de lenguage caldeo en arauigo […]». Tras Abolays, Alfonso manda a su vez traducir el libro : «mando gelo trasladar [a Yehuda Mosca] de aravigo en lenguaje castellano». Alfonso aparece así como el nuevo artífice de la difusión y de la traducción de una obra cuyo fundamento remonta a Aristóteles. En estos prólogos se articula pues un linaje ficticio de sabios. Se produce una auténtica puesta en escena, acompañada por un desarrollo cronológico, en el que van surgiendo los personajes necesarios para la realización de la acción, de la empresa de recuperación y difusión del saber. Es interesante señalar que, como lo analiza Fournès (2001, 407), este recurso de la dramatización del tópico del saber como tesoro escondido también es utilizado en el prólogo del Calila e Dimna, obra didáctica de origen oriental traducida (1251) a instancias del aún infante Alfonso.
Volviendo a los prólogos científicos, es necesario destacar que lo que el texto del Lapidario dice, lo ilustran y reafirman sus miniaturas de presentación, que vienen a enriquecer la factura del manuscrito regio, realizado sin duda al producirse el ensamblaje de la obra en los años 1276-1279, al mismo tiempo que se redacta el prólogo. Lo icónico no solo refuerza con suma potencia la idea de cadena, de linaje de sabios, sino que asienta la homología entre el rey y el saber. En el manuscrito H I 15 de la Biblioteca del Escorial, como se ha dicho de factura regia, se establece un paralelismo absoluto entre la figura de Aristóteles y la de Alfonso. Si bien la primera ocupa un espacio de mayor relevancia, ambas aparecen en la misma actitud: dictando algo, con el índice alzado, a sus escribas o discípulos. Haciendo pues uso de una palabra que está siendo recibida en el momento mismo de difundirse.
La semejanza entre ambos personajes no se limita a su actuación, narrada en el prólogo, sino que las miniaturas explicitan la idea de un encadenamiento temporal y sapiencial. Obsérvese que el rey Alfonso se encuentra situado bajo la figura del filósofo, implicando la verticalidad la idea de continuidad a partir de un origen. A esta mera idea de cadena, ya desarrollada de forma narrativa, la imagen añade un poderoso elemento de carácter simbólico. Alfonso no se encuentra solo bajo la figura del sabio, sino también bajo la letra mayúscula del nombre Aristóteles, que es la primera letra del prólogo: «Aristóteles, que fue más cumplido […]». Esta inicial, del nombre del primer filósofo y que abre el libro, es también la inicial de Alfonso, heredero de Aristóteles y artífice del libro que ahí comienza. Como es sabido esta simbología nominal y literal se implanta también en las Partidas, formándose con la inicial cada partida, de la primera a la séptima, el nombre del rey, convertido pues en libro y en alfa y omega de todo proceso enunciativo.
Narración e imagen se aúnan para establecer un proceso de búsqueda y de transmisión del saber que tiene como último eslabón al Rey Sabio. Ahora bien, no se trata solo de subrayar el papel de heredero de Alfonso sino también, y sobre todo, de poner de manifiesto que este compromiso con el saber le impele a la acción.
Saber y hacer
La narrativización del tópico del saber que, como los tesoros, no debe permanecer escondido, muestra a un Alfonso que actúa para permitir la búsqueda y la traducción de los libros que sin la implicación de Rey Sabio permanecerían ocultos, perdidos. Las imágenes de presentación del Lapidario lo muestran en efecto en acción. El rey se convierte pues en un agente, en un elemento activo al servicio de una misión cuya finalidad ha quedado claramente explicitada, la de alumbrar y hacer que fructifique el saber. Se trata por lo tanto de subrayar el carácter hacedor del monarca. Esto se produce a través de un doble proceso de construcción : construcción léxica por un lado y creación material del libro por otro.
Los prólogos de las obras científicas multiplican los verbos de acción cuyos sujetos son los sabios que obran para hacer posible alcanzar y difundir el saber. Cabe así citar el Lapidario, que afirma que Aristóteles «mostró […], hizo entender […] , dijo […], hizo un libro […]», que Abolays «buscó, halló […], dijo […], entendió […], traslado […]» y que Alfonso «mandóselo trasladar». Refiriéndose a Alfonso, se dice en el Libro de los Iudizios, que «ama e allega a ssi los sabios […]; amo e allego a ssi las sciencias e los sabidores». Algo semejante puede leerse en el Libro de las Cruzes: «se esforço de alumbrar et de abiuar los saberes».
Más allá de la presencia notable de verbos de acción asociados a la recuperación y a la transmisión del saber, se produce la creación de sustantivos para designar a quienes llevan a cabo tales acciones. Así, en el Lapidario encontramos tanto el sustantivo «filósofo» («Aristóteles, que fue más cumplido de los otros filósofos») como «sabio» («otros muchos sabios[…]. […] todos los sabios»), que también es clave en el prólogo del Libro de las Cruzes («libros de sabios […]. […] dichos de sabios») y en el del Libro conplido («los sabios»)
Ahora bien, lo esencial resulta sin embargo observar la serie de sustantivos atribuidos al rey, en tanto que actor en la constitución del saber. Así, en el Libro de las cruzes leemos que Alfonso es «conocedor de derechuria e de todo bien, amador de uerdat, escodrinnador de sciencias, requiridor de doctrinas e de enseñamientos». El Libro conplido también emplea estos sustantivos, estos atributos del Rey Sabio : «conocedor», «amador» « escodrinnador» y añade uno, «requiridor». Una de las acepciones que el Diccionario de la Real Academia da para «requerir» es «inducir», es decir provocar o causar algo. Si a través de los verbos de acción y de estos sustantivos, construidos a partir de verbos (el sufijo «-or» crea el nombre del sujeto que efectúa la acción del verbo del que deriva), se afirma el papel activo del rey en la recuperación del saber, es necesario destacar también su rol en la realización concreta del libro, soporte que actualiza y registra esa acción.
A lo largo de estos prólogos, se hace efectiva la realización material del libro: el rey nombra a los colaboradores encargados de traducir los saberes recuperados y de dar a la obra su forma definitiva en castellano. Se cita así en los tres prólogos al traductor, Yhuda Cohen Mosca, el Lapidario menciona a Garci Pérez que «ayudole en este trasladamiento». El Libro de las Cruzes precisa que además de la tarea de traducción llevada a cabo por el « alfaquim» del rey, muy «entendido en este saber de astronomía», se requirió la intervención de un tal «Iohan» que capitulara el libro, para que se encontraran «mas ayna et mas ligero las razones». El rey no solo participa como actor en la recuperación del saber sino que controla las etapas de la producción del libro.
El saber lleva al hacer, y se perfila en estos prólogos el retrato de un rey hacedor, de un rey que, desde una perspectiva aristotélica, adquiere el estatuto de autor, por mucho que no aparezca en primera persona en estos textos. A pesar de que se trata de obras traducidas, en estos prólogos el rey aparece en efecto como el desencadenante concreto de la recuperación, del alumbramiento del saber. Tal y como se afirma en la Física de Aristóteles, la causa material de las obras serían aquí las fuentes de las que proceden (recuperadas por el rey), la causa formal se refiere a todo lo constituye el texto (su estilo y su forma, en las que interviene el rey), la causa final sería la difusión del saber, concebida como se ha visto como elemento que contribuye al mantenimiento del orden, a la correspondencia entre macrocosmos y microcosmos. Ahora bien, la causa eficiente, que permite pasar de la materia y la forma, al objetivo, se atribuye aquí al rey. A través de la ficcionalización de la transmisión del saber y de la afirmación del rol activo del rey se construyen unos nuevos atributos regios, en consonancia con el pensamiento aristotélico.
Conclusión
A través de unos prólogos que construyen una puesta en escena de la traducción y de la realización del libro, gracias a la acción de un rey sabio y hacedor, queda puesto de manifiesto el poder tanto de la obra, como del rey y del saber. Como el rey, y como el saber, y como el poder, el discurso debe alcanzar su objetivo.
Los prólogos de las obras científicas explotan la ruptura con respecto a la tradición latina y a la pérdida de los saberes, creando estrategias discursivas en la que el rey viene a colmar esta discontinuidad. El discurso sobre la traducción articula ficciones narrativas en torno a la historia de la obra en la que Alfonso X juega el papel protagonista, y engloban la etapa final, es decir la recepción.
Es decir que el discurso en principio sobre la traducción se convierte en un discurso sobre la actualización y sobre la actuación, el hacer, y muestra a un rey a la vez actor y autor. La obra queda anclada en el aquí y ahora de la enunciación, englobando al lector en un espacio de saber, de acción, de poder, en el que lo primordial es la eficacia de la acción.
Bien es sabido que el ethos alfonsí – es decir tanto su ética tanto moral como política – está orientada hacia un objetivo pragmático, en palabras de Solalinde se trataría de «determinar la conducta del ser humano, es decir, averiguar lo que el hombre hizo en tiempos pretéritos (obras de historia), señalar la calidad e índole de sus acciones al estar éstas sometidas a poderes ultravisibles -influencia astral o divina (obras astrológicas)- y fijar los deberes ciudadanos (obra legislativa)». Los tres campos del saber se encuentran pues estrechamente ligados, e imbricados en esta voluntad de ordenar su reino en todos los sentidos y tiempos posibles: ordenar el pasado a través de la historia, ordenar el presente a través de las leyes y “ordenar” el futuro o al menos tratar de reunir las condiciones favorables para la realización de su proyecto. Lo mismo cabría afirmar de las obras sapienciales traducidas en el entorno de un Alfonso aún infante, como lo destaca Menjot, para quien estas obras « participent aussi au projet politique de la monarchie castillane qui vise à fonder son pouvoir sur la sagesse ».
Teniendo en cuenta que todas las empresas culturales alfonsíes forman parte de un único y mismo proyecto, o son elementos de un mismo dispositivo (como lo muestra el profesor Funes en el análisis publicado en este mismo número), se trata por lo tanto de afirmar el carácter hacedor -con las connotaciones que este término implica- de la figura regia. Si algunas de las estrategias prologales desarrolladas en los prólogos científicos no tienen cabida en otros textos (en particular el topos de la pauper latinitas), se trata en suma de presentar a un rey dispuesto y capaz de enfrentar y reducir todos los obstáculos que le alejen de su objetivo (como la diversidad de leyes y voluntades en las obras jurídicas, o el olvido en el caso de las obras históricas), un objetivo que, como en el caso de las obras aquí analizadas, queda siempre claramente expresado (la justicia, el saber para el bien hacer). En todos los casos, los prólogos alfonsíes construyen un marco narrativo en el que el rey es la solución y el medio para alcanzar el bien y el orden. Por lo tanto, si el Lapidario, y las demás obras científicas, abren la vía para obras de mayor «envergadura», cabe afirmar sobre todo que sientan las bases de la concepción alfonsí del saber y del poder, aunados, como base de su programa de profunda reforma socio-política de la forma de gobernar y de entender el papel de la figura real.
Anejo
Prólogo del Libro conplido en los Iudizios de las Estrellas (ed. cit., p. 1)
Laores e gracias rendamos a Dios padre uerdadero, omnipotent, qui en este nuestro
tiempo nos digno dar senor en tierra connocedor de derechuria e de todo bien, amador de uerdat, escodrinnador de sciencias, requiridor de doctrinas e de enseñamientos, qui ama e allega a ssi los sabios e los que s’entremeten de saberes e les faze algo e mercet, porque cada uno d’ellos se trabaia espaladinar los saberes en que es introducto, e tornarlos en lengua castellana a laudor e a gloria del nombre de Dios e a ondra e en prez del antedicho sennor, el qui es el noble Rey do Alfonso, por la gracia de Dios rey de Castiella, de Toledo, de Leon, de Gallizia, de Seuilla, de Cordoua, de Murcia e de Jahen e del Algarue e de Badaioz, qui sempre desque fue en este mundo amo e allego a ssi las sciencias e los sabidores en ellas e alumbro e cumplió la grant mengua que era en los ladinos por defallimiento de los libros de los buenos philosophos e prouados; por que Yhuda fl de Mosse Aleonen, su alfaquin e su mercet, fallando tan noble libro e tan acabado e tan conplido en todas las cosas que pertenecen en astronomia, como es el que fizo Aly fl de Aben Ragel, por mandado del antedicho nuestro sennor, a qui Dios de uida, traslatolo de lengua arauiga en castellana. E este libro es dicho por su nombre el Libro conplido en los iudizios de las estrellas, po rque el qui leyere en el y fallara conplimiento de lo que pertenesce en los iudizios de las estrellas.
E este libro es partido en VIII. libros.
Prólogo del Libro de las Cruzes (ed. cit., p. 1)
Assi como dixo Tholomeu en el Almageste, non morro el qui abiuo la sciencia et el saber, ny fue pobre el qui fue dado a entendimiento. Onde en cuanto el ángel es mas alto et mas noble que el omne, por su grant entendimiento et por su grant saber que Dios li dyo, assi el ombre, en qui Dios quiso posar seso et entendimiento, es mas alto et mas noble entre todos los hombres. Onde nostro sennor, el muy noble rey don Alfonso, rey dEspanna, fiyo del muy noble rey don Fernando et de la muy noble reyna dona Beatriz, en qui Dyos puso seso, et entedimiento, et saber sobre todos los principes de su tyempo, leyendo por diversos libros de sabios, por alumbramyento que ouo de la gracia de Dyos de quien vienen todos los bienes, siempre se esforço de alumbrar et de abiuar los saberes que eran perdidos al tiempo que Dyos lo mando regnar en la tierra. Et por que el leyera, et cada un sabio lo affirma, el dicho de Aristotil que dize que los cuerpos de yuso, que son los terrenales, se mantienen et se gouiernan por los mouemientos de los corpos de suso, que son los celestiales, por uoluntad de Dyos entendio et connocio que la sciencia et el saber en connocer las signifi cationes destos corpos celestiales sobredichos sobre los corpos terrenales era muy necessaria a los homnes. Onde este nostro sennor sobredicho, que tantos et diuersos dichos de sabios uiera, leyendo que dos cosas son en el mundo que mientre son escondidas non prestan nada et es la una seso encerrado que non se amostra, et la otra thesoro escondido en tierra, el semeiando a Salomon en buscar et espaladinar los saberes, doliendo se de la pérdida et la mengua que avian los ladinos en las sciencias de las significationes sobredichas fallo el Libro de las Cruzes que fi zieron los sabios antigos, que esplano Oueydalla el sabio, et faula en las costellationes de las reuolutiones de las planetas et de sus ayuntamentos, de lo que significan en los compeçamentos de los regnos et de los sennorios, et de los accaecementos del ayre grandes et generales, et esto segund los ayuntamentos et las oppositiones et los otros catamentos de las cuatro planetas de suso mayorment, que son Saturno, Jupiter, Mars et el Sol; et mandolo transladar de arauigo en lenguage castellano, et transladolo Hyuhda
fy de Mosse alChoen Mosca, su alfaquim et su merçed; et porque este libro en el arauigo non era capitulado, mandolo capitular et poner los capitulos en compeçamento del libro, segunt es uso de lo fazer en todos los libros, por fallar mas ayna et mas ligero las razones et los iudizios que son en el libro; et esto fizolo maestre Johan a su servitio.
Prólogo del Lapidario (ed. cit., fol 1a)
Aristóteles, que fue más cumplido de los otros filósofos, y el que más naturalmente mostró todas las cosas por razón verdadera, y las hizo entender cumplidamente según son, dijo que todas las cosas que son sólo velos se mueven y se enderezan por el movimiento de los cuerpos celestiales, por la virtud que han de ellos, según lo ordenó Dios, que es la primera virtud y donde la han todas las otras.
Y mostró que todas las cosas del mundo son como trabadas, y reciben virtud unas de otras; las más viles, de las más nobles. Y esta virtud parece en unas más manifiesta, así como en las animalias y en las plantas; y en otras más escondida, así como en las piedras y en los metales.
Y de éstas hicieron los sabios libros en que dijeron de los cuerpos celestiales que no son compuestos de los cuatro elementos; y eso mismo de los otros que de ellos se componen, así como de animalias, que son todas las cosas vivas que han alma de sentir y de mover. Y otrosí de las plantas que son de los frutos que nacen de la tierra, así como árboles y yerbas.
Y hablaron otrosí de las cosas más duras que se hacen de la tierra, así como piedras y metales. Y de cada una de estas hicieron libros. Mas, los que escribieron de las piedras, así como Aristóteles, que hizo un libro en que nombró setecientas de ellas, dijo de cada una de qué color era y de qué grandeza, y qué virtud había, y en qué lugar la hallaban. Y así hicieron otros muchos sabios que en estas cosas tangieron.
Mas entre aquellos hubo y algunos que se metieron más a saber el hecho de ellas. Y tuvieron que no les abundaba de conocer su color y su grandeza, y su virtud, si no conociesen cuáles eran los cuerpos celestiales con que habían atamiento, de que reciben la virtud porque se enderezaban a hacer sus obras, según el enderezamiento de los estados de los cuerpos de suso, en toda obra de bien o de mal.
Y entre todos los sabios que se más de esto trabajaron, fue uno que hubo nombre Abolays. Y como quiere que él tenía la ley de los moros, era hombre que amaba mucho los gentiles, y señaladamente los de tierra de Caldea, porque de allí fueran sus abuelos. Y porque él sabía hablar aquel lenguaje y leyola su letra, págase mucho de buscarlos sus libros y de estudiar por ellos; porque oyera decir que en aquella tierra fueran los mayores sabios que en otras del mundo.
Mas, por las grandes guerras y las otras muchas ocasiones que y acaecieron, muriera la gente, y ficaron los saberes como perdidos; así que muy poco se hallaba de ello. Y este Abolays había un su amigo que él buscaba estos libros y se los hacía haber.
Y entre aquellos que buscó, halló éste, que habla de trescientas sesenta piedras, según los grados de los signos que son en el cielo ochavo. Y dijo de cada una de cuál color y cuál nombre, y qué virtud ha, y en qué lugar es hallada, y de la estrella de la figura que es en el grado de aquel signo donde ella recibe fuerza y virtud. Y esto según el sol corre en todo el año por los grados de las figuras de los doce signos, que se hacen por todos trescientos sesenta, que son todos figurados de estrellas menudas, y otras figuras muchas que están en el ochavo cielo, que son figuradas otrosí de estrellas; las unas a parte de Septentrión, que es a la estrella que llaman Trasmontana, y las otras a parte de mediodía, que son de ellas dentro en los signos, y las otras de fuera de ellos, así que se hacen por todas con los signos, cuarenta y ocho.
Ende cuando Abolays halló este libro, fue con él muy ledo, ca tuvo que hallara en él lo que codiciara hallar de este saber de las piedras. Y desde que hubo por él mucho leído, él entendió lo que en él era, trasladolo de lenguaje caldeo en arábigo. Y en su vida puñó de probar aquellas cosas que en él yacen, y hallolas ciertas y verdaderas, ca él era sabidor del arte de astronomía y de la natura de conocer las piedras.
Y después que él murió hizo como perdido este libro muy gran tiempo, de guisa que los que habían no entendían bien, ni sabían obrar de él así como convenía. Hasta que quiso Dios que viniese a manos del noble rey don Alfonso, hijo del muy noble rey don Ferrando V y de la reina doña Beatriz, el Señor de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, y del Algarbe. Y halló en siendo infante, en vida de su padre, en el año que ganó el reino de Murcia, que fue en la Era de.
Y hubo en Toledo, de un judío que él tenía escondido, que no se quería aprovechar de él, ni que a otro tuviese pro. Y de que este libro tuvo en su poder, hízolo leer a otro su judío, que era su físico y dícenle Yudah Mosca el Menor, que era mucho entendido en el arte de astronomía, y sabía y entendía bien el arábigo y el latín.
Y de que por este judío, su físico, hubo entendido el bien y la gran pro que en él yacía, mandóselo trasladar de arábigo en lenguaje castellano por que los hombres lo entendiesen mejor y se supiesen de él más aprovechar.
Y ayudole en este trasladamiento Garci Pérez, un su clérigo que era otrosí mucho entendido en este saber de astronomía. Y fue acabado de trasladar el segundo año que el noble rey don Ferrando, su padre, ganó la ciudad de Sevilla.
Y este libro es muy noble y muy preciado. Y quien de él se quisiere aprovechar conviene que pare mientes en tres cosas. La primera, que sea sabidor de astronomía, por que sepa conocer las estrellas, en cuál estado están, y en cual sazón viene mayor virtud a las piedras de ellas, según la virtud que reciben de Dios. La segunda cosa es que sepan conocer las piedras y las colores, y las facciones de ellas; y otrosí que sepan ciertamente los lugares señalados donde se crían o se hallan, y extremar la contrahecha de la natural, y departir otrosí las que naturalmente se semejan en uno, conociéndolas por peso y por dureza, y por las otras señales por que se pueden conocer a hombre que fuere entendido en este saber. La tercera cosa es que sea sabidor del arte de física, que yace mucho de ella encerrada en la virtud de las piedras, según en este libro se muestra. Y que sepa de ellas obrar así como en el manda. Y que sea de buen seso por que se sepa ayudar de las cosas que hacen pro, y se guarde de las que tienen daño. Y obrando de esta guisa llegará a lo que quisiere hacer por ellas, y verá cosas maravillosas de la su virtud, que recibe de Dios, porque hará a loar y bendecir el su nombre que sea venido por siempre jamás, amén.
Para acceder a las miniaturas de presentación del Lapidario (ms. H I 15 de la Biblioteca del Escorial), consúltese Lacomba (2007) o véase la página 31 del enlace siguiente: https://www.bibliothecasefarad.com/listado-de-libros/lapidario-del-rey-alfonso-x-codice-original/